martes, 22 de diciembre de 2009





Cuando se acerca la Navidad, pienso: "¡Ay, ay, se acerca la Navidad!". Eso ocurre en Octubre, más o menos. Y cuando la Navidad ya está a la vuelta de la esquina, como ahora, me integro en el tema. Comprendo prefectamente a todos aquellos que no disfrutan de esta época del año, pero a mí, me gusta. Sí, sí, me gusta, aunque la vivo a mi manera. Me gusta porque, aunque mi infancia no fue idílica, la Navidad era maravillosa gracias a los esfuerzos de mi tía Pilar, que organizaba unas Nochebuenas de aquí te espero, unas apariciones de Papá Noel y unos Reyes que eran Magos de verdad. No puedo despotricar de la Navidad, no me sale.

Ahora bien, ya digo que yo todo lo hago a mi manera. Desde que mis hijos dejaron de ser niños, el tema regalo-stress de las compras-y todo eso- ha ido francamente de baja. Me niego rotundamente a meterme en un centro comercial a comprar lo que sea. Considero que mi familia tiene todo lo necesario para ser feliz y que no necesitamos nada más. No compro regalos. Mis hijos se quejan, claro, pero nadie en todo el mundo saborea la comida de Navidad que yo preparo con esmero durante días, ni se encuentra la factura del taller de reparación de coches pagada puntualmente para que el nene de 19 años pueda salir estos dias con sus amigachos, por poner sólo un par de ejemplos.

En cambio, me encanta compartir la Nochebuena con mi otra familia, la de los primos y resobrinos, con buenas viandas y, sobretodo, con mucho buen humor. Villancicos cantados a pleno pulmón aunque desafinando, exhibiciones artísticas al piano, representaciones de escenas navideñas trastocadas por los guiones progres que nosotros mismos inventamos, vino y cava a tutiplén...y que no nos pille el control de alcoholemia después.

Este año, después de la muerte de dos enormes amigos (Roger y Lisa), no he tenido ganas ni de pesebre ni de árbol de Navidad. Y como no he tenido ganas, pues no los he puesto. Y tan contenta. No estoy triste, sólo estoy reflexionando. Pero no dejaré que ninguna obligación "social" me amargue mi auténtica Navidad: los chicos riendo, todos comiendo y bebiendo estupendamente, y un sentimiento: "Haya paz".

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