jueves, 26 de enero de 2012

UN DÍA EXTRAÑO




UN DÍA EXTRAÑO

Ayer fue un dia extraño. Por la mañana asistí a un curso de cocina, durante el cual se produjo un enfrentamiento muy violento entre uno de los alumnos, funcionario de prisiones, y el chef que dirige el curso, un hombre muy correcto y profesional que acaba de pasar por un par de experiencias traumáticas (la muerte de su padre tras una larga agonía, el consiguiente descalabro de su madre). La sangre no llegó al rio porque ninguno de los contrincantes alcanzó a alcanzar el cuchillo en el momento álgido de la discusión. Debo decir que este curso no es un curso de pacotilla, de los que ahora están de moda, en los que te enseñan a freír un huevo. Es un curso de una de las más prestigiosas escuelas de hostelería de nuestra ciudad. Es caro, pero vale la pena. La mañana, pues, se saldó con este resultado: mal rollo total, 10; alumno,2; chef,8.

La tarde discurrió por otros derroteros no menos convulsos que, al ser de índole particular, no voy a relatar aquí. Simplemente diré que llegué a casa alrededor de las 7, en un estado emocionalmente intenso. Y que al cabo de un rato me enganché a Facebook para constatar cómo andaba la realidad virtual. Pues bien: la realidad virtual me golpeó con el titular de que el expresidente de la comunidad valenciana, Francisco Camps, había sido absuelto de los cargos de corrupción por los cuales se le había imputado en el llamado caso Gürtel. ¿Perplejidad? ¿Indignación? ¿Quiero alcanzar un cuchillo, ya? ¿Tomaduradepelo.com?

Eran casi las 8 y, a pesar de que las redes sociales bullían, yo tenía otro compromiso: ir a presenciar el partido de vuelta de los cuartos de final de la Copa del Rey entre el Barça y el Real Madrid. Había quedado con mi hijo menor y con un amigo muy reciente (del pasado fin de semana) para acudir al estadio. Y ahora que lo pienso: ¿Cúando me convertí en una culé recalcitrante? Pues no lo sé, creo que fue hace años, pero soy recalcitrante, de eso sí que estoy segura.

El partido, ya lo saben, fue controvertido, como todos los clásicos, y no faltaron los elementos que últimamente definen a estos encuentros: estopa de la buena, adrenalina disparada, y sufrimiento, mucho sufrimiento por el resultado durante los últimos 20 minutos. A mí, diga quien diga lo contrario, no me gusta sufrir, y por eso en ese lapsus de tiempo me levanté de mi asiento y aseveré: “Me voy a buscar un agua”. Y sí, fui a buscar un agua, pero no hubo manera: subí y bajé escaleras recorriendo todos los chiringuitos, intentando en una maniobra burda, lo sé, esquivar el malvivir de que el Madrid nos pudiera marcar en el último minuto, encontrando un mísero botellín del líquido elemento con el cual apaciguar mi ansiedad…

Todo en vano. Los chiringuitos cierran cuando se acaba la media parte. Yo no lo sabía, pero es así. Y me pareció injusto, porque, como yo, vi a muchas almas en pena en busca de refugio. Y, además, mi caso fue especialmente penoso, puesto que al escarnio de no ver saciada mi sed ansionsa se le unió el hecho de que me perdí, es decir, que subí y bajé escaleras, buscando el acceso 23 boca 107, extraviando varias veces la ruta de retorno a mi asiento, junto al cual me esperaban mi hijo, el amigo reciente, y la exaltación de mis 100.000 consorcios blaugranas que pedían, sin aliento, que el árbitro pitara el fin del partido.

Al final encontré la senda, y justo entonces el colegiado pitó el fin del encuentro. Se disparó el himno en los altavoces, y la carrera hacia la salida. Volví la mirada hacia atrás, y vi a Cristiano con el torso desnudo, enfilando hacia el vestidor. Un vecino de asiento me preguntó, malicioso: “Te gusta, ¿eh?” Y yo le dije: “No. A mí me gusta Puyol”. Y vi, en ese mismo instante, a Puyol quitarse la camiseta, también. Son machos, al fin y al cabo, y juegan a eso, a exhibirse.

El resto de la noche fue anodino. Zapeo por las cadenas de televisión, declaraciones de unos y otros. Sólo pensé en lo bien que se está, en casa, viendo la tele. Y en que, realmente, fue un día bastante extraño.





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