viernes, 13 de enero de 2012
La estafa del roscón
Se quejaba la propietaria de la pastelería del mal genio de una clienta. "Hay gente a la cual, en cuanto traspasan la puerta, ya la temes", decía. La clienta en cuestión, al parecer, había irrumpido en la pastelería, furibunda, gritando: "¡Me amargasteis la fiesta!", el día 7 de Enero, es decir, el posterior a la celebración de los Reyes Magos. El día de Reyes, por unanimidad, es uno de los más felices del año si hay niños en casa. Porque los Reyes traen regalos a los niños, incluso en los hogares más humildes. El gremio de pasteleros, además, logró instaurar hace muchos años la tradición de comerse, el 6 de Enero, el roscón de Reyes, un tortel relleno de nata en el cual se incrusta una haba y una figurita de uno de los Reyes Magos; cuando se reparte el tortel entre los comensales, quien encuentra la haba debe pagar el importe del roscón, y a quien encuentra el rey se le obsequia con la dorada corona de cartón que acompaña al roscón.
La propietaria de la pastelería me contó: "Odio el día de Reyes. A diferencia de otros días señalados en el gremio de pastelería (la Pascua, el día de Sant Jordi -en Catalunya-, etc), el tortel de Reyes tienes que elaborarlo el mismo día; no hay tu tía". Y este año les encargaron 500 roscones, y elaboraron unos cuantos más para los clientes de última hora. Empezaron a trabajar a las 2 de la madrugada. Venga a amasar y amasar, a montar nata, a esconder habas y reyes... Además, tenían encargos muy particulares. Una señora pidió un tortel con 6 reyes, y otra, que incluyeran en el pedido 12 coronas. Ya se sabe: en un mundo en el cual no se puede tolerar la frustación, quedarse sin corona es una catástrofe. Total, que el obrador bullía, y que el estrés por cumplir todos los encargos sin errar, al final, se cobró un peaje: uno de los torteles llegó a las manos de la clienta furibunda sin haba y sin rey.
Mientras me lo contaba la propietaria de la pastelería -una pastelería buenísima, todo hay que decirlo, situada en la parte alta de la ciudad-, intenté imaginarme la situación: una familia acomodada, celebrando el día de Reyes; llega el postre, el tan esperado roscón; quizás hay un par de niños entre los comensales; todos quieren que les toque el rey, y no la haba; se empieza a cortar el pastel: una , dos, tres, cuatro raciones, y a nadie le ha tocado nada; la abuela, anfitriona, empieza a mosquearse, y corta porciones más y más pequeñas del tortel, pero no hay suerte: se acaba el pastel (¡nunca mejor dicho!), y ni rastro de figuritas entre la masa. Consternación. Asombro. Los niños, sobretodo, se quedan con un palmo de narices. La abuela, contemporizando, intenta explicar que en realidad no pasa nada, que a veces el roscón no tiene sorpresa y que está igual de bueno, pero piensa, para sus adentros, que el dia de Reyes se ha echado a perder, tal y como proclamó, furibunda, al día siguiente en la pasteleria.
La propietaria del establecimiento lamentaba que, por un simple error entre 500 encargos, la furibunda quisiera hundir su prestigio ("Això ho sabrà tothom!", "¡Esto lo sabrá todo el mundo!", gritaba la abuela el 7 de enero). Yo, que soy amiga de la propietaria, entiendo su pesar. Pero también entiendo a la furibunda: el roscón de Reyes tiene su simbolismo; además, es caro (la pastelería está por las nubes, como casi todo) y, por encima de todo, la decepción familiar no se puede compensar con nada, ni siquiera con otro tortel (gratuito, naturalmente), como sugirió la pastelera.
Cuando la propietaria de la pastelería me contó la historia, me vino a la mente un símil facilón, en los tiempos que corren. El enfado de la furibunda es similar al de los indignados, que somos todos. Todos pensamos que, poco o mucho, teníamos la vida resuelta y unas prestaciones garantizadas; que con una mínima inversión (el precio del roscón, los impuestos que casi todos hemos ido pagando a lo largo de la vida), obtendríamos una gratificación satisfactoria (el premio, el rey, que podríamos comparar con una pensión digna, una atención sanitaria universal y gratuita de buena calidad, un rendimiento satisfactorio para nuestros ahorros, etc). Pero resulta que al final todo es una farsa, que no hay nada de nada, que cuatro espabilados nos han birlado el tesoro. El símil no es total, porque lo de la pastelería fue simplemente un error, y en cambio el robo a mano armada al que nos vemos sometidos actualmente es una obra intencionada de políticos y especuladores con nombres y apellidos. Pero el resultado es el mismo: asombro, perplejidad, indignación, frustración. En nuestro caso es incluso peor, porque la abuela no encontró la haba, y a nosotros nos la endilgan cada día en forma de aumento de impuestos, de recortes, de copago sanitario, de aumento de la edad de jubilación, etc. Y nuestra reacción, en toda lógica, tiene que ser la misma que la de la abuela del roscón sin premio: exhibamos nuestro enojo, proclamemos a los cuatro vientos la estafa, mostremos nuestra indignación multiplicando nuestro enfado. Convirtámonos en protestones furibundos.
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¡Sí, señora! Todavía no nos hemos acostumbrado a reclamar ni siquiera educadamente por cosas pequeñas. Yo no me pongo furibundo porque no es mi carácter pero tengo sentimientos de asombro, perplejidad, indignación, frustración como usted bien dice... pero nunca pasa nada.
ResponderEliminarYo siempre he sido muy protestona. He intentado siempre ser protestona...protesto en ocasiones a veces no muy propicias pero que a mí me parecen incontestables...aunque siempre, siempre, procuro ser muy amable, sobretodo teniendo en cuenta que en el 99% de los casos la persona que recibe la protesta no es la responsable. Por lo tanto, reivindico la protesta amable :)
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