viernes, 16 de abril de 2010

¡SALUD!


En Nueva York está de moda todo lo "organic". Y, como casi todo en Nueva York, la moda es exagerada. Si no eres "organic", no eres nada. Ya no hablo sólo de artículos de alimentación, que los neoyorquinos consumen por toneladas desde hace lustros (a precios exorbitantes, como si la recesión no existiera o no hubiera o hubiese existido...); me refiero a que cualquier cosa que desees poseer o cualquier actividad que quieras llevar a cabo debe ser necesariamente, si quieres ser moderno, "organic". Paseos "organic" por Central Park (sí, los caballos que tiran de los carruajes siguen cagando sus olorosos excrementos, abonando tal vez los senderos y parte del asfalto que recorren); rutas turísticas por los jardines y huertos ecológicos de particulares y corporaciones; visitas a edificios muy orgánicos, que incluso publicitan espacios donde se puede respirar "organic air" (en medio de Manhattan, ¿eh?); excursiones a garages o almacenes donde se cultivan setas que crecen en medio de troncos cortados, montoncitos de paja y astillas humedecidas. El segundo día de mi estancia en Manhattan flipé cuando recogí una falda en la tintorería, cuyo anuncio decía que era totalmente orgánica, y el tercero volví a flipar en otro local, donde me hicieron una manicura "orgánica"! Pero vamos a ver: ¿Cómo puede ser una manicura orgánica? ¿Te ponen saliva en las uñas, o qué? A mí me pareció que el quitaesmaltes era el mismo líquido repugnante de siempre, y el esmalte, que yo sepa, sigue siendo un producto químico bastante tóxico, ¿no?
Pues nada: la experiencia duraba y duraba, ya casi tenía miedo de todo lo "organic" que me asaltaba en cualquier esquina. El desánimo se apoderó de mí cuando la última noche de juerga, en un local brasileño del Lower East Side con una música en directo que levantaba a los muertos estresados de sus sillas, me fijé en que las camisetas de promoción que vendían también eran orgánicas. "Organic T-Shirts, 15$", decía. Ahí fue donde decidí cambiar mi "chip". A partir de entonces, me dije, me convertiría en organic total, sin ningún tipo de reparo.

¡Ah, pero la vida es una contradicción! A la mañana siguiente, dispuesta a comprarme unos zapatos, entré en varias tiendas de calzado. Cuál sería mi sorpresa al darme cuenta de que zapatos orgánicos a la venta, hay pocos. Para señora, me refiero. Lo que se lleva ahora, y lo que se vende, son zapatos de, como mínimo, 15 centímetros de altura. Es decir, artilugios que te destrozan los pies, las piernas y la columna vertebral. Si eso es orgánico, que baje Dios y lo vea. No sabía si reír o llorar: ahora que había decidido seguir un camino, mira por dónde me lo iban a estropear. Pero ya se sabe que en toda lucha hay obstáculos y que no hay que perder la fe en el primer tropiezo (nunca mejor dicho...). Menos mal que en algún barrio zarrapastroso lleno de drogatas vi a algunas graciosas señoritas caminar con manoletinas bien planas, pero ya no me dio tiempo de encontrar los lúgubres establecimientos en que las debían vender.

Por fin, en el aeropuerto, de vuelta a casa, una carta enviada por dos profesores universitarios españoles me devolvió a la realidad de mi país: aquí no somos orgánicos ni nada que se le parezca. Apuntan que, ejerciendo España la presidencia de la Unión Europea, la comunidad económica está presionando a los estados miembros para que alivien los impuestos sobre el trabajo y los aumenten en el campo de la energía, para así obtener una "ecologización" de los sistemas tributarios. Pero en España, los planes para salir de la crisis no contienen ni una sola medida en el terreno medioambiental. Aquí se va a subir el IVA a los trabajadores, pero no se subirán los impuestos a las industrias más contaminantes, a los que nos impiden ser tan o más "organic" que los neoyorquinos. Estaría fuera de lugar, deben pensar ellos. Es lo que decía yo: la vida es una pura contradicción.


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