sábado, 17 de abril de 2010

COSAS EXTRAÑAS EN EL METRO DE NEW YORK


"If you notice anything strange, don't keep it to yourself: report it to the Police or to MTA (Metropolitan Transportation Authority) officials". Carteles como éste inundan las estaciones y los vagones del Metro de Nueva York, incitando a los usuarios a denunciar cualquier elemento o comportamiento extraño en su recorrido subterráneo. El problema es:¿Qué se puede considerar extraño en el metro de una ciudad como Nueva York? En los últimos días, naturalmente que he visto cosas y comportamientos extraños, concretamente en breves recorridos de la línea 1, la roja. Por ejemplo: un tipo aparentemente musulmán, rezando el Corán a voz en grito dentro de un vagón, con los ojos cerrados, que de repente desplegaba una esterilla en el suelo, apartando a otros usuarios, para arrodillarse y rezar todavía con más intensidad. ¿Cómo sabía ese hombre que rezaba en la dirección correcta hacia la Meca? Sí, las líneas de metro de Nueva York tienen un recorrido bastante rectilíneo, pero aún así, ¿llevaba ese hombre una brújula consigo, o qué? Yo le observaba y pensaba: este señor seguramente tiene intención de inmolarse de un momento a otro haciendo estallar una bomba, para castigarnos a todos nosotros por nuestra infidelidad y encontrar, en el más allá, un ejército de 100 vírgenes como recompensa por su sacrificio. Pero resulta que en el metro de Nueva York no hay cobertura, o sea que es difícil hacer estallar una bomba a través de un móvil. Desconozco, de momento, otros mecanismos para hacer estallar bombas.

Enfin. Otro día, se subió a mi vagón un chico joven totalmente colgado, puesto hasta las cejas de cualquier droga. El chico iba dando tumbos de una punta a otra del vagón, con los ojos en blanco. Por momentos, se quedaba quieto y se caía hacia atrás, sin poder controlar su cabeza, hasta que daba con el cristal de una ventana o, sencillamente, se recostaba en el hombro de otro viajero. De vez en cuando, se supendía de las barras de agarre para viajeros, o daba volteretas sobre ellas, con poca habilidad, todo sea dicho. Daba miedo, la verdad. Vestía una gorra de béisbol, que ajustaba con la visera hacia atrás o hacia delante, alternativamente, cuando veía su imagen reflejada en los cristales, y también botas de excursionista y pantalones de camuflaje militar. Nos hallábamos todos en un recorrido nocturno, y éramos pocos dentro del vagón. Todos acojonados e intentando no mirar al chico, por si las moscas. Que yo sepa, nadie reportó nada a la policía ni a las autoridades del MTA, y eso que en el vagón contiguo viajaba un policía (se puede ver a través de las puertas correderas entre vagones), que vio lo que estaba pasando y miró hacia otro lado, pensando: "no te metas en líos, que el turno se acaba en media hora".

Woody Allen me dijo una vez: "Yo nunca viajo en metro, me da miedo porque la gente más rara de la ciudad se mete ahí, y en cuanto pude costeármelo, contraté a un chófer particular que me lleva a todas partes". Tiene su justificación: padece de claustrofobia y, consecuentemente, su chófer evita siempre los túneles y los puentes. "Además", me dijo, "suele ocurrir que los trenes se detienen injustificadamente en medio de un túnel, y eso es lo peor". "Pues yo", repliqué, "viajo siempre en metro, y nunca me ha pasado nada". Para qué fui a hablar. Al día siguiente, el tren en que viajaba se detuvo inesperadamente en medio de un túnel negrísimo entre Manhattan y Brooklyn. Fueron diez minutos de tensa espera. Por fin llegué a mi destino, y lo primero que hice fue meterme en un "thrift shop", una tienda de ropa de sgunda mano, en la cual admiré vestidos y objetos preciosos de los 50 y los 60, que no me atreví a comprar.

En cambio, leí hace poco una entrevista en un periódico en la que la última secretaria que tuvo Federico Fellini decía que el gran director italiano siempre viajaba en metro a los estudios de Cinecittà, y que era ahí donde encontraba los grandes personajes y las extrañas fisonomías fellinianas. Cuando veía a alguien atractivo, le pedía el número de teléfono y cuando se avecinaba algún casting, les llamaba. La lástima es que, algunas veces, cuando les llamaba se encontraba con que aquellas personas habían muerto. Nadie es perfecto. Se murieron en un mal momento.




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