viernes, 11 de noviembre de 2011
APAGÓN
Mi mejor amigo, estos días, no es mi perra. Ella lo nota, y está un poco ofendida, pero sabe que este nuevo compañero no es más que una distracción pasajera, que no durará. Sabe que compenso su fidelidad con la mía, pero que, de vez en cuando, es necesario echar una canita al aire. Es así de inteligente. Porque mi mejor amigo, estos días, es el botón que silencia el altavoz de la tele. Ese botón pequeñito que, en algunos mandos a distancia, es incluso difícil de encontrar. Pero es básico. Yo estoy tan tranquilamente en casa, a mi bola, haciendo mis cosas, y a la hora de los informativos suelo tener la tele en marcha para, más o menos, mantenerme informada acerca de la actualidad televisiva (que no es la actualidad real, pero ese es otro tema...). Y resulta que estamos en campaña electoral y que, por cojones o por ovarios, nos endilgan esos infumables bloques electorales que los partidos políticos pretenden colarnos como información. Hablo desde la deformación profesional, lo sé (trabajé 20 años en los servicios informativos de una televisión pública), pero precisamente por eso creo saber muy bien lo que digo. Y, como sé que los periodistas hemos perdido la batalla de la información durante las campañas electorales, sólo me queda un recurso: silenciar su propaganda todo lo que me sea posible. Así, a la que cualquier candidato asoma su nariz en la pantalla, sea cual sea su ideología, apreto el botoncito dichoso. No saben qué placer supone ese gesto insignificante. Es mi manera de indignarme. Les niego la voz que falsamente se atribuyen. Soy todopoderosa porque no les dejo que me engañen. Y no se imaginan lo ridículos que se ven, muditos, gesticulando en la pantalla. Los reduzco a la condición de marionetas, que es lo que realmente son. Yo continúo haciendo mi tortilla de patata y, de reojo, les veo allí, con sus espots y sus mítines, pero no escucho nada, y me río. Me carcajeo, la verdad. Parecen tontos muy tontos. Es una venganza estupenda contra su prepotencia.
Hago lo mismo al escuchar la radio, o al leer los periódicos. Llego a la sección "campaña electoral", y ¡zas!, paso las páginas en bloque. Asimismo, el lunes pasado, me negué rotundamente a seguir el descafeinado/roñoso/fraudulento debate cara a cara de los principales candidatos a la presidencia del gobierno. Ya alucinaba los días previos al ver la cobertura, o sea publicidad, que se daba al evento; nos lo vendían como si fuera el mayor acontecimiento del mundo mundial, cuando en realidad era lo que fue: una mierda pinchada en un palo, y una estafa en toda regla a la ciudadanía, al periodismo, y a la mal entendida democracia. Qué a gusto me quedé, yo, mirando un banal programa de parodias deportivas, y una entretenida entrevista con una antigua gloria del fútbol.
Reivindico, pues, este derecho a la pataleta: tómenle cariño al botón silenciador. Descubrirán que su vida no es mejor ni peor por acallar a los propagandistas. Será lo que es, con sus grandezas y sus miserias. Yo ya sé lo que quiero que me dé un gobernante, un político. Juzgo a cada uno según su actuación durante la legislatura; sé lo que piensan, sé lo que dicen, y sé lo que hacen, es decir, sé lo que votan en cada momento. Esa es mi responsabilidad: saber lo que hace cada uno, si es consecuente, o no, con lo que predica, o lo que vende. Me lleva mucho más tiempo esa tarea que apretar el dichoso botoncito durante la campaña electoral. Y no perdono. No soy una ciudadana irresponsable que no quiere que la molesten con anuncios electorales. Sé muy bien lo que ha hecho cada uno, y juzgo según mis intereses. Nada más.
Mi perra, acurrucada en su rincón, sabe que, momentáneamente, la estoy traicionando. Me ve saltar a por el mando en cuanto empieza el bloque electoral de los informativos, me ve acariciar con deleite el botoncito silenciador y reírme al ver a las marionetas haciendo su teatro durante largos minutos. El botón, estos días, es mi amante, y ella lo sabe. Me proporciona el inmenso placer de hacerles saber a los políticos que mi poder está por encima del suyo. Con un simple botón me cargo a todos sus asesores y estrategas. Horas y horas de planificación se van al garete.
Querida perra mia: esto sólo durará unos días más. Después volveremos a la rutina de siempre, en la cual reinarás tú.
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