Me llamó la
atención la historia del mendigo descalzo de Nueva York a quien un oficial de
policía compró un par de botas. Reparé en ella por un post en Facebook de un
amigo residente en la ciudad de los rascacielos, en que alertaba de que había
visto al mendigo deambular, de nuevo descalzo, por las calles de la ciudad. Me
picó la curiosidad e indagué en las fuentes de la noticia.
Jeffrey
Hillman, de 54 años, llegó a Nueva York procedente de South Plainfield, New
Jersey, hace diez años. Sin medios para ganarse la vida, acabó rápidamente
viviendo en la calle. “Homeless”, les llaman. Sin techo. Sobreviven a base de
la caridad de los demás y se refugian en portales y en las estaciones y los
vagones del metro. Ser “homeless”, en cualquier parte del mundo, conlleva la
indignidad, el desprecio y la violencia. Jeffrey deambula por las calles de Nueva
York pidiendo “some spare change”,
monedas sueltas que cualquiera pueda rascar de su bolsillo, para procurarse
algo de comida o de bebida.
El pasado 14
de Noviembre, un joven agente de la policía, Lawrence de Primo, de 25 años, se
apiadó de Jeffrey y le compró un par de botas. Le costaron 100 dólares, y se
las entregó a Jeffrey en Times Square, donde le encontró. Una turista de
Arizona captó la imagen y la colgó en su muro de Facebook. De ahí, a la fama.
De la turista, del agente de policía y de Jeffrey. El Departamento de Policía de Nueva York ha
condecorado al agente, y la imagen ha dado la vuelta al mundo. Pero a los pocos
días, Jeffrey vuelve a andar descalzo. Dice que las botas son muy caras, y que
le podrían costar la vida si alguien quisiera robárselas. No quiere morir con las botas puestas. Sólo se las calza cuando nadie le ve, escondido en algún rincón.
Tuve un
amigo, en Nueva York, que era amigo de los “homeless”. Conocía a todos los de
su barrio, se paraba a hablar con ellos cuando les encontraba por la calle, y
les visitaba en el hospital cuando estaban ingresados, “porque si no lo hago
yo, nadie lo hará”. Una noche, paseando, nos topamos con Fred. Fred vivía en
una esquina de Tribeca, en su “casa”. Recogía de los contenedores cualquier
objeto que pudiera formar parte de su hogar. Una lámpara sin bombilla, una mesa
sin pata, un televisor sin pantalla, una nevera que no enfriaba, una alfombra
comida por las ratas…y así iba amueblando aquella esquina sin futuro. La noche
en que le vimos, y en que nos detuvimos
a hablar con él, nevaba ligeramente…Lo recuerdo como una imagen terriblemente
poética.
Pero Jeffrey
no es tonto. Sabe que él y sus botas han dado la vuelta al mundo, y quiere su
parte del pastel. “Estoy en Youtube, estoy en todas las cadenas de televisión,
nadie me ha pedido permiso, pero aquí hay dinero y yo quiero lo mio”. Ojalá le
funcione. Ojalá logre montarse su negociete. Con un poco de suerte, puede
convertirse en una especie de Bernhard Goetz, el “vengador del metro” que en
1984 disparó contra 4 individuos que le asaltaron en el subterráneo de Nueva York; con los años, se presentó a las elecciones de la alcaldía de la ciudad y
hoy se gana bien la vida con su empresa “Vigilante Electronics”. Donde hay una cámara, hay una pela, y
Jeffrey, aunque “homeless”, lo sabe. Buena suerte.
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