domingo, 1 de julio de 2012

MOMPOU

Ayer se cumplieron 25 años de la muerte de Frederic Mompou, sublime compositor catalán. Su música es maravillosa, pero hoy en día su obra es poco conocida. Preguntad a alguien menor de 40 años por Mompou, y pocos serán los que le conozcan. Lo cual es una injusticia inmensa. Que un hombre de tan gran talento apenas sea reconocido refleja la desinformación galopante a la cual nos somete el actual ritmo vertiginoso de la difusión tecnológica de la cultura.

Como siempre, quiero hablar de lo mio. ¿Cómo conocí a Mompou? Fue a través de una entrevista para TV3 que le hice a su viuda, Carme Bravo, en 1997, cuando se cumplían 10 años de la muerte del compositor. Por aquel entonces, a mí no me interesaba lo más mínimo la música clásica ni la música contemporánea ni nada que, musicalmente hablando, se hubiera creado antes del rock and roll de los años cincuenta. Pero la entrevista fue estupenda, creo que se desarrolló cerca de las dependencias de la Biblioteca de Catalunya y que, en un momento dado, subimos a los terrados del edificio, desde donde contemplamos unas vistas magníficas del Raval, entonces en plena transformación. Carme Bravo me pareció una mujer muy interesante. Pianista, como su célebre esposo, pertenece a esta categoría de mujeres profesionales que en un momento concreto de sus vidas se unen a grandes figuras masculinas de su profesión y dedican el resto de sus vidas a acompañarlos y a facilitarles sus éxitos. Mi impresión momentánea de Carme Bravo fue la de una mujer que tenía entre manos un gran legado por cuyo reconocimiento luchaba, sin mucho éxito.

A resultas de aquella entrevista me compré unos CDs de Mompou. Era la compilación de la "Música Callada", cuatro cuadernos que el músico compuso entre 1959 y 1967. Es una música intimista, sobria, muy contenida, basada en el "Cántico espiritual" de San Juan de la Cruz. Aquella música me robó el corazón. Yo la ecuchaba y la adoraba. Con los años, supe de la descripción que Mompou hacía de sí mismo: "Soy un hombre de pocas palabras, y mi música es de pocas notas". Mompou era el músico de los silencios. También dijo: "Esta música es callada porque su audición es interna", y no hay nada que pueda describir mejor la experiencia de escuchar estas notas.

A principios del siglo 21, en una ocasión, le regalé aquella música a un amigo norteamericano. Era un hombre muy sensible que, ocasionalmente, también componía música. Mompou le entusiasmó. Le dije que Mompou era el compositor del silencio, y él lo comprendió a la primera. Y me dijo que lo escuchaba una, y otra, y otra vez. Nuestra afinidad anterior había sido Glenn Gould. Y también habíamos compartido a Éric Satie, músico que había inspirado a Mompou.

De un tiempo a esta parte, echaba de menos la música de Mompou. Había extraviado aquellos CDs. Y no tenía la voluntad suficiente para descargarlo en iTunes o Spotify. Todavía me gustan mucho los Cds. De vez en cuando removía los cajones en busca de Mompou, pero no lo hallaba. Y, hace un par de días, volviendo de una cena multitudinaria en la cual abundaron los gintonics y otras drogas toleradas, sintonicé una emisora de radio de música clásica, a las dos de la madrugada, y ahí estaba el sentido homenaje a Mompou en el 25 aniversario de su muerte. Escuché los primeros compases al salir del restaurante, mientras conducía, sola, hacia mi casa, y pensé que era la música ideal, sosegada y tranquilizadora, que me ayudaría a llegar a mi destino, como así fue. A medio recorrido el amable locutor me informó de que estaba escuchando el primer volúmen de la "Música callada" de Mompou, y a partir de ese momento todo transcurrió en calma y con la certeza absoluta, por mi parte, de que todo llegaría a buen fin. Qúe paz, qué nirvana ambiental me proporcionaron aquellos acordes, que ambiente cálido y sinuoso me condujo, sin prisa pero sin pausa, hasta el párking de mi morada! Ahí apagué el motor de mi coche pero mantuve el contacto para seguir escuchando, durante tres cuartos de hora, los tres cuadernos restantes de la fabulosa música callada. A oscuras, entre las neblinas de los vapores etílicos y estupefacientes, saboreé intensamente aquella música surgida de las delgadas falanges de un hombre discreto y a la vez audaz que supo, guiado por un cerebro despierto debidamente alimentado por una madre de ascendencia francesa que siempre alentó sus aspiraciones






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