RAY
Ayer murió Ray Bradbury. Leí la noticia en un medio digital y me impactó. Leí la noticia y en cuestión de segundos puse el link en mi facebook. Leí la noticia y en un breve suspiro se agolparon las ideas y los sentimientos. Leí la noticia y retrocedí, en un instante, a un tiempo remoto en que yo no era más que una niña bonita que luchaba por destacar, por reafirmar mi personalidad, por salir de un entorno que seguramente no me gustaba demasiado. Era lista y estudiaba mucho. Fui muy buena alumna en la escuela, y me esforcé en serlo en la universidad a pesar de un par de tumbos que, vistos en perspectiva, creo que me hicieron más bien que mal. La cuestión era experimentar, experimentar, experimentar. Estudiaba, aprendía, memorizaba, salía con los amigos y lo pasaba bien...pero luego me retiraba a un refugio seguro: los libros. Me gustaba leer y leía de todo, sin orden ni criterio. Tuve la suerte de crecer en un hogar donde había muchos libros: mi tía, que fue mi madre principal, leía bastante y la biblioteca estaba bien surtida. Y no había censura: a principios de los setenta, en plena dictadura y siendo casi impúber, leí “El amante de Lady Chatterley”, de D.H. Lawrence, que me fascinó y me descubrió un mundo, el del sexo, que me cautivó para siempre. Yo debía tener 11, 12 años. Mis tios veían que yo estaba leyendo aquel libro, aunque yo hacía todo lo posible por ocultarlo (sin ningún éxito). Para mis adentros, yo pensaba: “Pero bueno, ¿cómo es posible que me dejen leer esto?” Las andanzas de la lady y el jardinero me catapultaban, cada vez que abría el libro, a un terreno de lo más sensual, un terreno que las niñas de mi edad no debían pisar ni por asomo.
Pocos años después mi entorno existencial cambió bastante. De un confortable hogar burgués presidido por mis tios pasé a un piso tutelado por una mujer desconcertante, mi madre, que vivía al tuntún porque tenía bastantes problemas para llevar una vida ordenada. Mi madre fue siempre una mujer sola que lo tuvo crudo para salir adelante. Aunque hubo factores a su favor: era guapísima, y muy inteligente. Y le gustaba leer. Leía sin descanso, compraba libros sin parar y, los domingos, escuchaba música clásica en el tocadiscos. El caso es que, iniciada la adolescencia, fui a vivir con mi madre. Y ahí concidí con mi hermano (que hasta entonces también había vivido con otros tios maternos).
Mi hermano era, para mí, un ser totalmente desconocido. No nos teníamos ninguna simpatía especial. Nos habíamos criado distantes el uno del otro. Y de repente nos hallábamos conviviendo en el mismo piso. A mí me gustaba leer. A mi madre le gustaba leer. Y a mi hermano también. Y resultó que en las estanterías de su pequeña habitación había un par de libros de Ray Bradbury. De vez en cuando, yo tomaba prestado algún volumen. Sin permiso, y sin que quedara constancia. Y uno de aquellos libros que tomé prestados fue “Fahrenheit 451”, de Ray Bradbury. A mí no me gustaba la ciencia ficción. Ni me gustaba entonces, ni me gusta ahora. Gerardo tenía todos los libros de Ray Bradbury, y también los de Isaac Asimov. Yo sólo leí “Fahrenheit 451”. Y flipé. Me pareció brutal la descripción que el autor hacía de aquella sociedad dictatorial cuyos miembros represores se dedicaban a la quema de libros. Se hablaba de los libros como objetos cuyo potencial era tan poderoso que podría sublevar a los esclavos. Seguramente me cautivó la noción de que un libro era capaz de hacerte libre, de que las ideas propagadas por los libros eran capaces de liberarte de un entorno opresivo a nivel social, familiar, político...Y aquello era exactamente lo que yo experimentaba. Los libros eran mi vía de escape a toda una serie de circunstancias que no me gustaban. Y la idea de que alguien, legalmente, estuviera capacitado para truncar aquel éxodo, me horripiló.
Hoy nuestra sociedad es mucho más compleja. Los mecanismos para abortar abruptamente nuestras vías de escape son más sofisticados. También nos es más difícil luchar contra ellos. Pero, llamadme tonta, sigo creyendo en que la circulación libre de las ideas seguirá siendo un método de combate potente. Ray estaba en contra de los ordenadores, de las redes sociales...Peró ahí es donde circulan las ideas hoy en día.
Me has transportado en el tiempo. Me encanta como escribes. Me gustaría que un día fijo del mes fueras la "artista invitada" en mi blog. Tus historias infantiles han sido, en parte, mías. Podrías escribir con algo relacionado con el entorno del niño.
ResponderEliminarMe encantaría, Santi. SEría ideal para mí. Besos.
Eliminar¡Cuántas espléndidas horas puso Ray Bradbury en nuestras manos! Fahrenheit 451 fue la primera de sus obras que leí y, en aquella época de iniciación adolescente, cuando lo que se permitía o se prohibía leer nos era dictado arbitrariamente en la realidad, la ficción de Bradbury fue para mí un revelador manifiesto contra toda censura, una llamada a preservar y defender la libertad interior a través de la lectura. Más adelante me fascinó descubrir que, pese a ser catalogado rutinariamente como autor de ciencia-ficción, sus relatos y novelas (Crónicas Marcianas, El Vino del Estío, El Hombre Ilustrado, y otras) se basan poco en ingredientes científicos o tecnológicos y, en cambio, se acercan mucho a lo poético, incluso lírico, para explicar historias que se desarrollan en el espacio interior, no en el interplanetario. Por todas esas horas en que me ha llevado de la mano: thank you so much, Mr. Bradbury.
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