No sé nada de astronomía. Prácticamente, casi ni sé localizar la Osa Mayor en el firmamento, y mira que es fácil. Ahora incluso hay una aplicación para el iPhone que te permite identificar todos los astros y las estrellas con sólo dirigir el móvil hacia la negritud nocturna. Y, a pesar de mi ignorancia, siento una profunda atracción hacia todo lo relacionado con ese mundo misterioso. Como en este terreno soy casi analfabeta, mi interés se centra básicamente en nuestro satélite terrestre, la luna. Mi devoción por la luna es auténtica y duradera. Nació de una relación con un amante peligroso, un glorioso pecado de juventud que me hizo creer en la magia del planeta blanco, una magia que, según él, impregnaría toda nuestra existencia. Aunque aquella relación se diluyó en la nada, la fascinación por la luna dura, dura, y dura. No sé a priori qué noches son las de luna llena, pero las noches de luna llena me doy cuenta, de repente, de que son noches de luna llena. Y siempre, siempre, incluso en las situaciones más insólitas, o de compromisos sociales importantes, dedico largos minutos a su contemplación. Es como un tiempo suspendido, durante el cual la mente se me va, se aleja hacia la luna lunera…y pienso en lo que fue, en lo que pudo haber sido, en lo que es y en lo que no es. Debo decir que, transcurrido ese breve lapso de tiempo, corto drásticamente la ensoñación y me obligo a volver a la realidad, que es donde vivimos todos. Así, un mes tras otro.
Periódicamente, en los medios de comunicación aparecen noticias sobre espectaculares fenómenos astronómicos a los que todos deberíamos prestar atención, y estoy segura de que buena parte de nosotros seguimos la consigna. Lluvias de estrellas en verano, eclipses emocionantes, visiones de estelas de cometas finiseculares, maravillosas alineaciones de astros …Una de ellas está prevista para estos días: la alineación de Venus y Júpiter, que durante esta semana podremos contemplar a la puesta del sol, o al alba: al mirar hacia el Oeste, veremos a los dos astros brillar de manera espectacular no durante unos minutos, que es lo habitual, sino durante horas. Ya me veo hoy a mí misma, una torpe total en esto de buscar estrellas, intentando localizar el fenómeno. Y lo conseguiré, estoy segura, sin necesidad de utilizar mi smartphone, a pesar de mi absoluta falta de habilidad.
La noticia que me ha hecho reflexionar sobre este tema no ha sido el breve acerca de Venus y Júpiter en cualquiera de los periódicos que leo diariamente, sino la noticia de que, tras veinte años en activo, Michael López Alegría se jubila de la NASA. López Alegría, que ostenta la doble nacionalidad española-estadounidense, ha acumulado 257 días en el espacio (fue comandante de la Expedición número 14 de la ISS en 2006-2007) y es el segundo astronauta con más caminatas espaciales del mundo, sólo por detrás del cosmonauta ruso Anatoly Solovyew. Yo lo recuerdo durante una proyección del premontaje de “Moon & Son”, de Manuel Huerga, que relata aquella experiencia, durante la cual se materializó la ruptura de su matrimonio y el alejamiento de su hijo. En aquel viaje se grabaron las conversaciones entre él, su mujer y su hijo. Recuerdo a Michael como un hombre muy triste que puso varias objeciones, tras la visión del documental, a incluir ciertos pasajes de aquellas conversaciones.
Y ahora viene la frivolidad. Durante mi reciente viaje para asistir a la ceremonia de los Oscar, un par de días antes de la gala asistí a una cena en el famoso restaurante Spago de Los Angeles con un grupo de buenos amigos, entre los cuales se encontraba el nominado a mejor música, Alberto Iglesias. Al salir del restaurante, finalizada la cena, ¿quién estaba en la puerta, al volante de un maravilloso descapotable, en compañía de una apetecible señora? Nada más y nada menos que el veterano Edwin “Buzz” Aldrin, uno de los tres astronautas que, según dicen, pisó la luna por primera vez en 1969. Me acerqué, por supuesto, para pedirle un autógrafo (como vi que hacían un par de personas antes que yo), pero la señora apetecible dijo: ¨Oh no, no, please!”, y él dijo: “You know? I don’t even know my name!” . Y acto seguido, intentando arrancar el descapotable, puso la marcha atrás y chocó contra el coche aparcado inmediatamente detrás del suyo que, por pura casualidad, no era el de Alberto Iglesias. Una situación gloriosa y peligrosa al mismo tiempo, tal y como fue aquella relación mia de juventud que me descubrió el insondable mundo de los astros.
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