Soy una de las almas privilegiadas que han podido asistir a la gala de los Oscar de este año. Por determinadas circunstancias, me vi obligada a viajar con una pequeña maleta que bajo ningún concepto había que facturar (órdenes estrictas de un superior, a quien no le gusta perder tiempo en los aeropuertos esperando el equipaje). Y en la maleta debían caber 3 vestidos de gala (el de la ceremonia + 2 atuendos para sendas cenas previas), zapatacos para cada ocasión, abrigos, maquillaje, ropa de día capaz de adaptarse al frío y al calor, neceser, camisón, joyas y abalorios, chales, medias y calcetines, ropa interior con y sin tirantes, adaptadores y conectores de corriente, Ipad, revistas, medicamentos…¡para qué seguir! Todo ello, apretado en un área de 25x35x55 cm. Lo conseguí. Sí, lo conseguí. Olé yo.
El trayecto Barcelona-Los Angeles lo hicimos vía París. ¿Por qué? Pues, entre otras cosas, porque no queremos darle cancha a Iberia y a Aena, que se han empeñado en reducir al aeropuerto de Barcelona a la mínima expresión, sin vuelos intercontinentales y, últimamente, escasos trayectos europeos o nacionales. Iberia casi ha dejado de operar en El Prat. Y mi reacción ha sido: ¿Que tengo que ir a Los Angeles? Pues voy con Air France vía París, y no con Iberia vía Madrid. En Air France se come mejor y hay muchas más pelis. Y los centenares de euros del coste de mi billete no engrosarán las arcas de una compañía miserable ni las de un organismo estatal que se empeña en menospreciar nuestra ciudad.
En el trayecto de ida me trago, de una tacada, 5 pelis. Destaco “The Help” , “Idus of March” y “A separation”. Al llegar a Los Angeles hace calor, y yo voy bastante tapadita. Me cambio y me voy a pasear. Hay que aguantar como sea hasta bien entrada la noche. Tenemos una cita de prensa y una cena con otros nominados en un restaurante de moda. Hay que tener en cuenta que, debido a la diferencia horaria, esta cena comienza cuando para nosotros son casi las 7 de la mañana del día siguiente. Pero aguantamos como jabatos, sobretodo debido a la buena compañía.
El día siguiente es como de transición. Compras insustanciales, comida insustancial en un restaurante insustancial, y cena en la terraza de un hotel de moda organizada por el distribuidor de nuestra peli, Sony Classics. La cena resulta ser un fiasco: la comida es, sencillamente, horripilante. Lo único bueno es que conozco a la actriz protagonista de la película iraní aspirante a ganar el Oscar a mejor película extranjera, “A separation”. Me acerco a ella acompañada de un amigo de Madrid, y le pedimos hacernos una foto. La mujer cubre su cabeza con un velo sutil.
El amigo se pone a su lado y le pasa el brazo por la cintura, mientras yo empuño la cámara. Hago la foto y luego me pongo yo a su lado y le rodeo los hombros; el amigo nos toma una instantánea. Le deseo a la muchacha, extremadamente delgada y pálida, que la película gane el Oscar, y le manfiesto mi admiración por su trabajo y por el de todo el equipo. Todo bien, pero luego el amigo madrileño me comenta que, al rodear su cintura, la actriz se ha puesto súbitamente rígida y se ha separado de él de manera ostensible.
El día de la gala amanece cálido y luminoso. En este viaje me acompañan 3 machos ibèricos a quienes lo único que les importa es que hoy juegan sus equipos favoritos, allá en la lejana patria. Los dos del Madrid quieren levantarse a las 6 de la mañana y zamparse unos eggs benedict frente a la multitud de pantallas de un local cercano al hotel, pero resulta que, a esa hora, el establecimiento está cerrado. Más suerte tiene el seguidor del Barcelona que, 6 horas más tarde, disfruta de la victoria in extremis de su equipo. Mientras tanto, yo me dedico a asuntos mucho más importantes: maquillaje y peluquería. Tengo hora reservada en el salón del hotel. La peluquera resulta ser una francesita que me hace un moño anodino pretendiendo que es un moño extraordinario, y la maquilladora, una joven recién licenciada de FP, apenas entiende mi sugerencia de maquillarme muy, pero que muy, ligeramente. Salgo de allí como buenamente puedo; me enfundo en el maravilloso vestido confeccionado por la excelsa diseñadora Isabel de Pedro, me calzo los taconazos, y me reúno con los madridistas y el barcelonista, rumbo a la gala de los Oscar. Son las 2.30h de la tarde, luce un sol despampanante y hace calor, pero todos estamos vestidos para matar. Para matar la noche, quiero decir. A los Oscar sólo se puede ir en limusina o en coche con chófer: ni siquiera los taxis están permitidos. Llámenlo elitista, pero es así. A dos quilómetros a la redonda del acceso al teatro las calles están cerradas al tráfico y hay controles policiales exhaustivos. Los polis revisan con espejos los bajos de los carruajes, examinan el contenido de los portamaletas y exigen bajar las ventanillas para examinar a los pasajeros. Cuando al fin llegas a la entrada del recinto, te registran, te piden el DNI y te confiscan las cámaras fotográficas: está completamente prohibido hacer fotos en la alfombra roja (para que no podamos tuitear los modelitos de la famosas y hacer la competencia a la cadena televisiva que tiene la exclusiva del evento, me imagino), aunque a un metro escaso de los que desfilamos hay público que te ametralla con sus cámaras de fotos y de video. ¿Absurdo? SÍ. Más absurdo todavía resulta que no confisquen los móviles, todos ellos dotados de cámaras de última generación. Pero a la que alguien hace amago de utilizarlos, salta presto un segurata dispuesto a impedirlo. Enfin…no abundemos en el tema, porque resulta patético. Pese a todo, yo y mis amigos conseguimos inmortalizar de alguna manera nuestro tránsito por la alfombra roja, jugándonos el tipo, y posar junto a las doradas estatuas del tio Oscar…
Antes de la gala nos sirven una copa de champán en el hall del teatro. Veo a la Gwyneth (Paltrow) a mi lado, y me la enrollo hablando en castellano para caerle bien, no en vano ella pasó unos meses con una familia de Talavera de la Reina, Toledo, cuando era una joven estudiante de no sé qué, en un programa de intercambio. También compartimos un momento muy simpático con Alberto Iglesias, nominado por la banda sonora de “El Topo”. Alberto ha estado nominado a los Oscar en tres ocasiones, pero…¿quién habla de él? Casi nadie, excepto en los círculos estrictamente profesionales. ¡Y ha ganado un montón de Goyas! También vemos, y abrazamos y animamos, a Javier Mariscal, candidato a ganar la estatuilla por “Chico y Rita”.
A las 17.15h todo el mundo tiene que estar debidamente sentado, y lo está. Empieza la gala. Me impacta el aspecto de Billy Cristal, envejecido y supurando botox por todas las costuras. La gala…pues qué queréis que os diga, ni fu ni fa. Coincido en que los momentos estelares fueron la actuación del Cirque du Soleil, la aparición de Angelina Jolie, y la de sus imitadores. El único momento emocionante fue el discurso de la ganadora a mejor actriz de reparto por “The Help” (gran peli). Porque a la Meryl Streep, pese a ser una actriz maravillosa, ya no se la cree nadie cuando finge sorpresa por ganar el enésimo premio. Sorry, pero es así. Algú ho havia de dir. Y además, que la Streep me importa un bledo; yo sólo tengo ojos para George. George (chicas, ya sabéis de quién hablo…) está sentado en la primera fila, al lado de su novia profesional de la lucha libre (yo pensaba que se revolcaba en el barro, pero alguien me puntualiza que no, que su lucha es seca). Me fijo en que George apenas se dirige a ella en toda la noche, y en que, en cambio, intercambia vivas impresiones con Sandra Bullock durante los intermedios, y sueño, sueño…¿y si George se fijara en míííí? Nada es imposible hasta que se demuestre lo contrario. Ja.
Justo delante mio se sientan James Cromwell (“Babe, pig in the city”) y Penelope Ann Miller, actores secundarios de “The Artist”, que no paran de saltar y de gritar con cada premio obtenido por el film. Son simpáticos y nos contagian a todos su simpatía. Cuando al final “The Artist” gana el Oscar a mejor película, salen disparados hacia el escenario para compartir el premio con todo el equipo.
Aunque teníamos entradas para asistir al Baile del Gobernador, mis acompañantes consideraron que era mejor pasar del tema e ir a cenar a un restaurante japonés. Discrepo ABSOLUTAMENTE de tal decisión, pero no había más remedio que acatarla. Confieso, sin embargo, que llevo varios días llorando por los rincones por no haber podido aprovechar la oportunidad de departir amigablemente con George, con Brad, con Meryl, con Pe, con Viola, con Plummer, con Nolte…Pero es que los españoles "semos" así. Nos vamos al japo y nos quedamos tan anchos.
Dos apuntes finales: vayan a ver “A separation”, la iraní que ganó el Oscar a mejor peli de habla no inglesa. Es muy inteligente. Pero me entristeció ver cuán incómodos parecían sentirse los actores y el director de la misma antes y después del premio. Las dos actrices (los personajes de la madre y la hija) iban bien tapaditas de la cabeza a los pies; la jovencita, sobretodo, se esforzaba mucho en pasar desapercibida y vestía casi como una monja, con un atuendo oscuro y sin gracia que, precisamente por el contraste con el relumbrón de todas las demás féminas, atraía poderosamente la atención. Las dos se mantuvieron apartadas en todo momento del público asistente a la gala, y se refugiaban en los recovecos de las columnas, sin mezclarse con nadie. El director, al aceptar el premio, hizo un discurso antibelicista estupendo, que no fue bien recibido por los asistentes a la gala; las cámaras enfocaron a Spielberg, pro israelí de pro, con semblante grave. Al acabar la ceremonia los vi a los cuatro, actores y director, aislados en un rincón. Nadie se les acercaba para felicitarlos. Me dieron cierta pena, la verdad. Me los imaginaba de vuelta a Teherán hablando de los escotes de las actrices y de las manos que rodeaban sus cinturas sin pedir permiso. Y eso que el mensaje de “ A separation” es progre y moderno.
Después del japo nos fuimos a una fiesta organizada por una asociación de productores españoles que en teoría tenían que festejar la victoria de “Chico y Rita”, que no se produjo. Me supo muy mal por ellos, por Javier, por Trueba, porque merecían ganar, la verdad. Aunque también me supo mal que, habiendo ganado el Oscar al mejor guión nuestra producción “Midnight in Paris”, en aquella fiesta de productores que pagamos entre todos los contribuyentes no se mencionase, ni de refilón, el premio conseguido. Pero, al igual que el dedo de Mourinho, aquella circunstancia se convertiría en un camino a seguir en los días sucesivos.
Lo comprobamos al día siguiente leyendo la prensa, cuando constatamos, por ejemplo, que el diario El Mundo consideraba que Catalunya era una nación independiente y soberana. ¡Qué gran y estupenda sorpresa! Porque El Mundo titulaba: “España se va de vacío en los Oscar” (porque no habían ganado “Chico y Rita” ni Alberto Iglesias). Pero unas páginas más allá, subrayaba que “la producción catalana “Midnight in Paris” se lleva el Oscar al mejor guión original”. De lo cual se deduce que ¡Catalunya no es España! Así, con un par, los de El Mundo otorgaban a la región noreste peninsular una condición largamente anhelada por muchos de sus habitantes y por buena parte de sus políticos . Ante tamaña osadía de tan reputado rotativo, sólo me cabe exclamar:¡Visca la independència!