Me confieso adicta a las necrológicas de los periódicos. Sobretodo, a las de La Vanguardia. Me gustan las dos partes de la sección: las esquelas y las necrológicas de personajes prominentes (o no). Y qué fantástica necrológica la publicada ayer, acerca de Don Antonio Roqueta Quadras-Bordes, firmada por tres veteranos periodistas del rotativo, Santiago Tarín, Domingo Marchena y Francesc Peirón, que se cuentan entre los mejores cronistas de sucesos y de tribunales de nuestra ciudad, Barcelona. Con dos de ellos coincidí varias veces en los pasillos y las salas de la Audiencia Provincial, y los recuerdo como lo que eran, periodistas judiciales experimentados y con todos los contactos necesarios para elaborar la información más exacta posible del acontecimiento en cuestión. Yo, reportera todoterreno de una televisión pública que cubría hoy una exposición de Tàpies, mañana un gran incendio en el Bages y pasado mañana el plan de infraestructuras del gobierno catalán para los siguientes quince años, admiraba y compadecía, al mismo tiempo, a los grandes plumillas judiciales que conocían todos y cada uno de los recovecos de los juzgados, que desayunaban día sí día también con las secretarias de los señores magistrados y compartían confidencias con un sinfín de abogados, en un afán hambriento de recabar la información más veraz para cubrir el caso del momento. Los admiraba por todo ello, y los compadecía al pensar que, mientras yo llevaba una vida excitante saltando de un tema a otro, de un escenario a otro, ellos (y ellas, por supuesto...cómo olvidar a Carol Espona, por ejemplo) se chupaban día a día las comisarías, los pasillos de la audiencia, los desplantes en los despachos de los juzgados, los intentos de confraternizar con jueces y abogados en el café de la esquina ...
La necrológica de ayer llevaba por título "El mago del Derecho", refiriéndose al abogado Juan Antonio Roqueta Quadras-Bordes. Ya la foto llama la atención. Se ve a un togado que, por encima de los lentes, mira directamente al fotógrafo y al lector, como diciendo: "Eh, nen, que aquí estoy yo". Y hablan los cronistas de un abogado que quiso ser mago, pero que no pudo serlo porque su padre, funcionario de aquella audiencia donde, más tarde, él habría de ejercer como letrado, se lo impidió. "¡Antes muerto que saltimbanqui!", proclamó el progenitor. Y el ilusionista que pudo ser, no fue porque así lo dispuso su padre, aunque la magia lo envolvió durante toda su vida. Cuentan los cronistas que los trucos abundaban en las sobremesas que mantenía con amigos y allegados, y que era bueno, muy bueno.
Dicen Tarín, Marchena y Peirón que Juan Antonio Roqueta, "Roqui", era un abogado de los de antes, queriendo decir, en realidad, que era un abogado de los de verdad. De los que llevaban fruta a un preso "porque tiene el estómago mal". El preso podía ser cualquiera, un mindundi o un delincuente famoso, como "el Arropiero", "Orteguita" o el "Manco Pistolas", uno de los mejores carteristas de Barcelona, al que le faltaban dos dedos de la mano derecha. De todo hubo entre su clientela.
La necrológica me ha provocado una reflexión y una fantasía. He reflexionado sobre el hecho de que el padre de Juan Antonio Roqueta le prohibiera ser mago, pero sobretodo, sobre el hecho de que el hijo acatara la orden. Antes, los hijos obedecían a los padres. ¡Cuántos amigos y amigas tengo que, queriendo ser músicos, pintores o filósofos, se convirtieron en médicos, abogados y economistas por imposición paterna y sumisión filial! Ahora, para bien o para mal, tal sumisión ya no existe. Dile a tu hijo que estudie medicina, cuando lo que él quiere es ser sexador de pollos, y te contestará: "Pero tía, ¿tú de qué vas?"
Y sin embargo, el padre de Juan Antonio Roqueta, que con su imposición capó las ilusiones del vástago que quería ser mago, propició el nacimiento de un gran abogado que hasta el final defendió el concepto de "justicia", un concepto que ya casi no tiene ningún sentido en el mundo en que vivimos. Fue un letrado admirado y respetado por todos: manguis, polis, colegas y periodistas. Aunque, según cuentan los autores de la necrológica, las solapas del letrado solían ostentar manchas de huevo o similar.
La fantasía es que, seguramente, siendo "Roqui" una buena persona, y guardando en su interior a un buen mago, soñara una y mil veces, tantas como casos defendió, que el condenado desapareciera por arte de birlibirloque de su celda; que el reo se metiera en la chistera y se convirtiera, tras el abracadabra, en un conejo blanco triscando por el monte, o que el preso cuya condena superaba en mucho al delito cometido, y al que le dolía la tripa, desapareciera en una caja atravesada por múltiples espadas y renaciera, sin ningún rasguño, a miles de quilómetros de distancia. Ay, "Roqui", si todo lo pudiera arreglar la magia...
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