lunes, 28 de septiembre de 2009
¿Cuántas veces "vibra" usted al día, a la semana? Entiendo por "vibrar" como una vivencia de emoción especial, una experiencia que te conmueve, que te deja el alma en vilo, que zarandea tus sentimientos hasta dejarte exhausta y con dolor de cabeza. No solemos "vibrar" muy a menudo, ¿verdad?
Ya sé que lo que voy a decir me traerá muchos disgustos, pero yo ayer "vibré" con el toreo de José Tomas en la plaza Monumental de Barcelona. No soy nada taurina, no voy a los toros (de hecho, fui a una corrida por vez primera hace dos años) y no me gusta ver sufrir a los animales. No sé nada de nada del ritual de las corridas, los cambios de tercio, los avisos, nada de la jerga taurina, nada de nada de nada. No se me había pasado por la cabeza ir "a los toros" en toda mi vida, hasta que un amigo me invitó a ver a José Tomás, y fui. Era el día de su vuelta a los ruedos. Quedé noqueada por su arte, su valor, su generosidad y su locura. Tal cual.
Tengo una vida gratificante, no me falta nada, y no necesito "emociones fuertes" para sentirme viva. Por no necesitar, no necesito ni hacer cola para conseguir una de las preciadas entradas para ver al torero de moda. Anteayer conseguí una, por pura casualidad. Y me fui, solita, a la plaza. Me tocó sentarme entre un grupo de gitanos guapos y ricos, y unos vejetes catalanes muy comedidos, de los de abono de toda la vida. Qué placer. Qué ambiente, qué gritos, qué suspiros. Qué tarde de septiembre.
Enfin, no importa lo que yo sintiera. Importa lo que vi. Vi a un hombre jugando con un toro. Con dos toros, mejor dicho. ¡Y cómo jugaba! Jugaban los dos, toro y hombre. No quiero hablar de los otros toreros, porque no entiendo nada. A Morante lo aplaudieron a rabiar los gitanos ricos y guapos, a Aparicio lo abucheó la plaza entera de una manera que me pareció vergonzosa. ¿"Quien paga, manda", como dicen por aquí? No, en este caso manda el que se planta delante del toro. Y unos mandan más que otros, eso es todo.
A José Tomás le gusta jugar, pero juega sin trampa ni cartón. Lo suyo es sabiduría, y es arte, emocional e instintivo; no está para bromas. Un toro es un animal muy grande que no se anda con rodeos. Tomás le mira y le convence: de eso estoy convencida. Lo lleva a la muerte jugando, jugando. Pero no le "torea" en el sentido irónico de la palabra. El diestro lo mira y aprende de él, aprende en minutos muy largos cómo tratarle, cómo respetarlo. Y el toro se deja, ¡vaya si se deja! Como si supiera que le va a matar José Tomás.
Cuando matan al toro, yo casi nunca miro. Me da no sé qué. Es un espectáculo cruento, lo admito. No es actual, porque hemos desterrado la muerte de nuestro entorno. La muerte no: la visión de la muerte. Los enfermos mueren en los hospitales sin que los veamos, igual que los pollos que compramos en los supermercados expiran en los mataderos. La muerte no es "cool". Yo sólo digo que quisiera vivir en un mundo en el cual se prohibiera prohibir, y eso que no sé nada de nada.
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