lunes, 20 de abril de 2009
Creo que hoy voy a ser políticamente incorrecta. O socialmente incorrecta. O solidariamente incorrecta. Porque quiero hablar de la aerolínea norteamericana United Airlines, que ha implantado una norma que obligará a los pasajeros obesos a pagar el importe de dos billetes, en vez de uno. ¡Qué barbaridad! pensará más de uno. ¿Es que uno ya no puede ser gordo y desplazarse en avión sin pagar un sobrecoste?
Yo estoy de acuerdo con esta norma. Y para estar de acuerdo conmigo hay que hacer un ejercicio de imaginación: hay que pensar en los gordos-gordos americanos, no sé si me entienden. En esos gordos y gordas sobrenaturales que invaden las calles ( si es que logran salir de sus casas) de Nortemérica. Según las estadísticas, el problema de la obesidad excesiva afecta ya a un tercio de la población de los USA. Insisto: no son sólo gordos, son obesos excesivos que gastan tallas xxxxxxl y que apenas pueden moverse.
El pasado verano viví en carne y hueso esta experiencia: la de viajar en avión con una de estas personas. Se trataba de un vuelo nocturno de varias horas de duración, entre San Francisco y Minneápolis. Al mal humor de tener que acudir al aeropuerto a una hora imposible de la madrugada para aprovechar aquella tarifa low cost, se le unió el terror de ver que una obesa súper obesa disponía de una tarjeta de embarque en mi misma clase, la turista. Durante la larga espera para el embarque, yo, que soy atea, me descubrí rezando a todos los santos habidos y por haber para que aquella monstrua no se sentara a mi lado. Cuando empezaron a llamar por filas, descubrí aterrorizada que las posibilidades de que tal cosa sucediera aumentaban a medida que el resto de los pasajeros embarcaban antes que nosotras. Cuando finalmente accedimos al avión, casi me puse a llorar cuando comprobé que, por suerte o por intervención divina, la señora se sentaba dalante mio. Le tocaba ventanilla. A duras penas avanzó por el pasillo y pidió paso a sus compañeros de fila, que la miraban espantados. Intentó sentarse, pero no cabía. No cabía, simplemente no cabía en el asiento. Su vecina la miraba atónita, y en un momento de generosidad le ofreció a la gorda levantar el reposabrazos que las separaba para que pudiera acomodarse mejor. El resultado fue que la mujer obesa casi aplastó a su vecina con sus carnes, y que siguió aplastándola durante todo el viaje. Yo no sé qué habría hecho si me hubiera tocado a mí, la verdad. El avión iba lleno hasta los topes, no había posibilidad de cambiar de asiento. Y entonces ¿qué?, ¿te toca aguantar a la obesa porque sí, y ya está?
Los gordos obesos tienen derechos, claro que sí, pero los que no lo son, también. Que vuelen todo lo que quieran si les da la gana, pero si su volumen corporal, atiborrado de comida malsana, ocupa dos asientos de clase turista, pues que paguen dos asientos.
Son enfermos, opinarán algunos. Sí, pero también lo es una persona que compulsivamente tiene la necesidad de pellizcar a la persona que tiene al lado, y seguro que a ésta no se la dejaría volar.
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Creo que el problema debería ser de las aerolíneas, obligadas a ofrecer un servicio equitativo por un mismo billete a una persona obesa y a otra que no lo sea. Me parece tan absurdo como cobrar la mitad a una persona extremadamente delgada en cuyo asiento se pudieran sentar dos. Tan absurdo como cobrar por tres filas de asientos a un viajero que huela mal porque el resto se incomoda. Tan absurdo como transferir al ciudadano la responsabilidad de que ellos ofrezcan un buen servicio.
ResponderEliminarSi existe un número de clientes obesos suficiente como para que les resulte un desajuste, que replanteen su servicio, que acomoden sus espacios a las circunstancias. Ellos, las aerolíneas, son quienes ofrecen viajar a través del aire y quienes cobran por hacerlo. No creo que sea de recibo que un viajero obeso tenga que cargar por un servicio que es deficiente porque la compañía no ha ajustado su espacio a todas las personas por igual. Dicho mal y pronto, si las aerolíneas tienen problemas de espacio es su problema, no el de los de siempre: los ciudadanos.
Y digo esto habiendo viajado en autobús durante cerca de ocho horas con un tipo que ocupaba la mitad de mi asiento. El viaje fue penoso (de por sí, viajar en autobús tanto rato me resulta horrible), pero no creo que hubiera sido buena idea echar a ese tipo al rincón de los gordos. Me tocó y punto. Y las quejas al director, que para eso pagué un billete, para viajar con la mayor comodidad posible, no para pelearme con una persona que, al igual que yo, había pagado un billete con idea de llegar a su destino.
¡Saludos!
Es duro, triste, lamentable, pero yo estoy completamente de acuerdo con la autora de este post. Todos somos muy solidarios y correctos cuando no nos toca en vivo y en directo el problema. Es muy lógico que ocupen dos asientos, primero, porque no entran en uno sólo y porque no tienen por qué aplastar al viajero de al lado o de los lados, si le toca en medio, se rebosa para derecha e izquierda y viajan incómodos tres. Y también es lógico que paguen dos asientos, son los que ocupan, si un avión con...pongamos doscientas plazas, lleva a cincuenta obesos, ya me contarás, prácticamente se le reduce a la mita la ocupación.
ResponderEliminar¿A quién le agradaría hacer un viaje trasatlántico de nueve, diez o más horas apachurrado literal, agobiado e incómodo?, pues a nadie, aunque parezca cruel el decirlo, la cosa está en que unos lo decimos y otros lo piensan pero no lo dicen porque quieren quedar de justos, pero a ver cómo reaccionaban si se les diese el caso. La compañía no tiene por qué adaptar nada para este problema, no lo veo justo para ellos, se compran dos billetes y ya está, al fin y al cabo es lo que consumen. Es como si en un restaurante piden tres filetes, pues tres pagan, no les van a cobrar sólo dos porque uno es lo normal y pobrecito el obeso, como está así necesita comer más, es exactamente lo mismo.