lunes, 12 de agosto de 2013

ASÍ CONOCÍ A ORIOL MASPONS


ASÍ CONOCÍ A ORIOL MASPONS

Debía ser en 1982. Yo tenía 22 años. No era una súper belleza, pero, al parecer, tenía cierto atractivo. Vivía en la plaza Adriano. Hacía muy poco que había acabado la carrera, y como premio me habían regalado una moto, una Impala. La moto me venía un poco grande. No era una moto que estuviera de moda: los que la comprábamos éramos, por lo general, gente rara. 

Aquella tarde de verano bajaba la calle Balmes con la Impala, rumbo a lo desconocido. ¿Qué veían los que me rodeaban? Una chica joven, vestida con una especie de camisón rosa pálido comprado en cualquier antro de segunda mano, pilotando una Impala Balmes abajo, tocada con un casco supersónico de color dorado con estrellas plateadas. Por aquel entonces el casco no era obligatorio. Pasarían años hasta que alguien decidiera que había que proteger los cráneos de los motoristas y lo impusiera por ley. Pero, como ya he dicho, yo era algo rara. Y me tiraba el gen alemán, seguro. Un día, paseando por los Encantes con aquel novio dibujante que tenía, vi un casco estrellado y lo compré. Lo compré y me lo puse. Creo que fui de las primeras personas de Barcelona en utilizar casco circulando en moto por la ciudad.

Bajaba por la calle Balmes y me pareció que un coche me seguía. Si no me seguía, hacía todo lo posible por situarse a mi lado constantemente. Era un coche pequeño, y lo conducía un señor, que en cada parada me sonreía. Llegué a mi destino, y resultó que aquel señor también se dirigía allí. Al poco de llegar, entablamos conversación. Él entró así, con la directa, confesando que me había seguido Balmes abajo. Habló de que mi “look” (aunque entonces no existiera término parecido) le había fascinado y que por eso me había seguido. Indagó sobre cómo, cuándo y porqué. A mí me picó la curiosidad, aunque en mi horizonte veinteañero no figuraban los tipos de 55 o más, por más simpáticos, calvorotas o enrollados que fueran. Sea como fuere, la verdad es que congeniamos y él me invitó a visitar su estudio. 

Mi recuerdo de aquella cita es que el estudio estaba en algún lugar del barrio de Gracia. Recuerdo también a sus dos perritos, que iban con él a todas partes. No me retrató, porque yo era muy díscola y tampoco sabía muy bien quién era él, pero sí que me enseñó un increíble archivo de negativos y de diapositivas, en el cual trabajaba cada día, según me dijo. Decía haber retratado una cierta realidad de los 35 años anteriores. A las pruebas me remito.


Después de aquello nos vimos en diversas ocasiones. Y siempre me pareció un tío cachondo, afable, inteligente y divertido. Oriol, guapo, descansa. Me alegro de lo bien que lo pasaste y de lo que llegaste a disfrutar.

ASI CONOCÍ A ORIOL MASPONS





Debía ser en 1982. Yo tenía 22 años. No era una súper belleza, pero, al parecer, tenía cierto atractivo. Vivía en la plaza Adriano. Hacía muy poco que había acabado la carrera, y como premio me habían regalado una moto, una Impala. La moto me venía un poco grande. No era una moto que estuviera de moda: los que la comprábamos éramos, por lo general, gente rara. 

Aquella tarde de verano bajaba la calle Balmes con la Impala, rumbo a lo desconocido. ¿Qué veían los que me rodeaban? Una chica joven, vestida con una especie de camisón rosa pálido comprado en cualquier antro de segunda mano, pilotando una Impala Balmes abajo, tocada con un casco supersónico de color dorado con estrellas plateadas. Por aquel entonces el casco no era obligatorio. Pasarían años hasta que alguien decidiera que había que proteger los cráneos de los motoristas y lo impusiera por ley. Pero, como ya he dicho, yo era algo rara. Y me tiraba el gen alemán, seguro. Un día, paseando por los Encantes con aquel novio dibujante que tenía, vi un casco estrellado y lo compré. Lo compré y me lo puse. Creo que fui de las primeras personas de Barcelona en utilizar casco circulando en moto por la ciudad.

Bajaba por la calle Balmes y me pareció que un coche me seguía. Si no me seguía, hacía todo lo posible por situarse a mi lado constantemente. Era un coche pequeño, y lo conducía un señor, que en cada parada me sonreía. Llegué a mi destino, y resultó que aquel señor también se dirigía allí. Al poco de llegar, entablamos conversación. Él entró así, con la directa, confesando que me había seguido Balmes abajo. Habló de que mi “look” (aunque entonces no existiera término parecido) le había fascinado y que por eso me había seguido. Indagó sobre cómo, cuándo y porqué. A mí me picó la curiosidad, aunque en mi horizonte veinteañero no figuraban los tipos de 55 o más, por más simpáticos, calvorotas o enrollados que fueran. Sea como fuera, la verdad es que congeniamos y él me invitó a visitar su estudio. 

Mi recuerdo de aquella cita es que el estudio estaba en algún lugar del barrio de Gracia. Recuerdo también a sus dos perritos, que iban con él a todas partes. No me retrató, porque yo era muy díscola y tampoco sabía muy bien quién era él, pero sí que me enseñó un increíble archivo de negativos y de diapositivas, en el cual trabajaba cada día, según me dijo. Decía haber retratado una cierta realidad de los 35 años anteriores. A las pruebas me remito.

Después de aquello nos vimos en diversas ocasiones. Y siempre me pareció un tío cachondo, afable, inteligente y divertido. Oriol, guapo, descansa. Me alegro de lo bien que lo pasaste y de lo que llegaste a disfrutar.

martes, 16 de julio de 2013

LAS NOTICIAS




Siempre me ha gustado comer mirando las noticias en la tele. Te sirves la comida, te sientas a la mesa, enciendes el televisor, y te enteras de lo que ha dado de sí la jornada. Desde hace unos cuantos meses, por circunstancias diversas, comparto este momento, al mediodía, con mi hijo pequeño, que tiene 20 años. Solemos hablar de  la actualidad, comentamos las noticias, opinamos sobre si esto o aquello nos parece bien o mal, discutimos acerca de quién tiene, o no, razón sobre este o aquel asunto. Son comidas animadas, a veces hay discusiones acaloradas (interrumpidas, eso sí, por la constante interferencia de whatsapps, mails, mensajes de facebook y otras mandangas que nos llegan a nuestros múltiples dispositivos móviles.) que en ocasiones se prolongan durante la sobremesa. Lógicamente, mi hijo tiene opiniones que a menudo difieren de las mías, aunque me sorprende, en realidad, la cantidad de veces en que podemos estar de acuerdo a la hora de enjuiciar los hechos que escupe la pantalla. Siempre, en estos casos, me alegra íntimamente comprobar que este acuerdo se debe, probablemente, al empeño y esfuerzo que tanto mi pareja como yo hemos llevado a cabo durante años para transmitir a nuestros hijos una serie de valores  que consideramos importantes, como son el respeto hacia los demás, la nobleza y la honestidad, el valor del esfuerzo, el deber de desenmascarar la falsedad, y el de ayudar a las personas que, en inferioridad de condiciones, lo necesiten…podría enumerar muchísimos más, pero al fin y al cabo todo se reduce a un principio muy simple: ser honesto contigo mismo y con los demás, en cualquier circunstancia.

Pues bien, hoy, por primera vez en mucho tiempo, nuestra comida frente al televisor ha estado envuelta de silencio. 
Caso Bárcenas. Lo peor de lo peor sale a la luz, pero todo indica que nadie va a pagar por ello. El mayor chorizo del reino, ahora defendido por un ex juez expulsado de la carrera judicial por prevaricación (dictar una resolución a sabiendas de que es injusta), pone en marcha el ventilador pero no aporta ninguna prueba, con lo cual es imposible condenar a nadie (y eso es lo que va a pasar).

 Caso Palau. El juez considera que Convergència Democràtica de Catalunya se lucró ilegalmente con 5 millones de euros provenientes de los tejemanejes entre Millet y Ferrovial, la empresa que también tiene un papel relevante en el caso Bárcenas y que construyó la autovía de Manresa, una obra cuestionada desde que se inauguró. El juez del caso Palau cita también a diversos políticos relevantes de la política catalana, y denuncia la complicidad de unas cuantas entidades financieras a la hora de entorpecer la investigación judicial. Millet y Montull, lejos de estar entre rejas aun habiendo robado (presuntamente) millones, siguen en casa gozando del aire acondicionado, único paliativo ante el calor que nos asola. 

Caso Urdangarín: el duque ha declarado  ante el juez que su socio Diego Torres, con quien presuntamente se ha agenciado de unos cuantos milloncejos de dinero público, ha mancillado su derecho al honor. A eso se le llama desviar la atención. 

Caso Blesa: el CGPJ propone suspender y multar al juez del caso Blesa, Elpidio José Silva. Qué pena que a este chorizo, el Sr. Blesa, le tocase un juez poco diligente. 

Y la historia sigue, y sigue, y sigue. Caso Caixa Catalunya: el exministro de Defensa y vicepresidente del gobierno con Felipe Gonález, Narcís Serra, ha dicho hoy en el Parlament, arropado por una corte de diputados socialistas, que él ns/nc de nada de nada, y que quien quiera saber, que busque en el diccionario el término “crisis”. Con un par.

Y para rematar: la OCDE augura una tasa de paro del 27,8% a finales del 2014 en España. Más de la mitad de este porcentaje corresponderá al paro juvenil. Desolador.

La comida, con el runrún de las noticias de fondo, se ha desarrollado en silencio. Ni mi hijo ni yo hemos sabido qué decir. A mí me parecía que todo lo que le había intentado inculcar durante sus primeros 20 años de vida no tenía demasiado sentido, visto lo visto. Y él, vete a saber qué pensaba. Seguramente, que sus progenitores son un par de jurásicos con buenas intenciones, y nada más. ¡Pero me resisto, me resisto a aceptarlo!


sábado, 13 de julio de 2013

LA SEMANA

La semana ha sido de lo más variopinta. El lunes alargué el asueto del fin de semana y, por la patilla, me regalé otro día de mar. Pero a última hora conseguí, milagrosamente, una entrada para el concierto de Sixto Rodríguez en Barcelona y tuve que abandonar precipitadamente mi refugio y conducir como una loca por la autopista para llegar a tiempo a mi destino. Me encanta ir sola a los sitios; me gusta mucho compartir las cosas con los amigos, pero no me importa nada si en determinadas ocasiones me toca lidiar conmigo misma y gozar de cualquier experiencia rodeada de desconocidos. Eso es lo que esperaba. Pues qué va

martes, 2 de abril de 2013

EVOCACIÓN




A veces tengo días así, de evocación. Evocación de unos días perdidos hace muchísimos años. Recuerdo lo que sentí entonces, y el recuerdo me transporta a un tiempo que yo creía más feliz, aunque ahora estoy convencida de que no lo fue. Hoy, por ejemplo, me he acordado de unas tiras cómicas de Schulz, las de “Snoopy”, que mi madre coleccionaba y leía con fruición durante los años más oscuros. Esas tiras eran alimento nutritivo en un mundo gris y sin apenas diversión. ¡Qué gran genio, Schulz! Supo combinar maravillosamente la ternura, la inteligencia y el escepticismo de un perro con la ternura, la inteligencia y el escepticismo de unos niños devastados, ocasionalmente, por la amargura y por la depresión, pero que tenían también días luminosos en los que brillaba la promesa de un mundo mejor. 

Me alegro muchísimo de que Schutz no haya vivido su apogeo en la época de Facebook. Ya en sus tiempos gloriosos el perrito que él creó fue trivializado hasta la saciedad. Snoopy estaba en todas partes, convertido en marca de no sé qué. Yo misma parí a mi primer hijo ataviada con una camiseta de Snoopy. No quiero ni imaginar lo que hubiera sido de él, hoy en día. Snoopy era tan antisistema que no dudo de que, en los tiempos que corren, habría sido anti Facebook. 

Aquellos cuadernitos rectangulares de color amarillo, verde, violeta, alineados en la estantería de la habitación de mi madre, eran un refugio. Yo era pequeña, ni siquiera adolescente, pero me reía con ganas al hojearlos, después de ver a mi madre reír. Y que mi madre riera no era poca cosa, creedme. Mi madre, una persona depresiva y difícil, aunque buena, era muy inteligente y poseía un agudo sentido del humor. Le gustaban mucho las tiras de Snoopy. Creo que se editaban por fascículos, aunque no lo he comprobado. O sea que, en mi memoria, Snoopy proporcionaba periódicamente unas risas a mi madre melancólica. Y eso le ha convertido en mi aliado sempiterno, aunque hoy, al evocarlo a raíz de una viñeta colgada en Facebook, me he sentido culpable de no revisitar su enorme sabiduría desde hace mucho tiempo, cosa que me propongo corregir de inmediato. Porque entrar en Snoopy , por aquel entonces, era asomarse a una ventana crítica, humorística y saludable. Te asomabas a aquella ventana y respirabas hondamente, para poder continuar con el quehacer del día, un día que a menudo era plomizo como el anterior, y como el anterior del anterior.

El humor es imprescindible. Lo que nos daba Schulz nos lo da, hoy, otro puñado de grandes humoristas que cada día nos asalta con su mordacidad para hacernos caer en la cuenta de que la realidad tiene una dimensión que a veces se nos escapa. La gran virtud de estos genios es que nos retratan un mundo amargo y cada vez más injusto, pero lo hacen provocándonos una sonrisa y, sobretodo, una conciencia crítica que, con un poco de suerte, nos hará actuar.

jueves, 14 de marzo de 2013

PAPA K ASE





Con este escrito no pretendo ofender a nadie. Respeto las creencias de todo el mundo, pero yo quiero opinar.

Ayer por la tarde estaba en el sofá, leyendo,  y escuchaba a Toni Clapés en la radio. En los informativos decían que hacia las 7 de la tarde se produciría una nueva fumata en el Vaticano, que sería blanca o negra, aunque nadie apostaba por que fuera blanca. Llovía sobre Roma, y todos los falsos expertos vaticinaban que no se elegiría nuevo Papa hasta hoy. Pero pasaban unos minutos de las 7 y no había indicios de fumata alguna, lo cual era una anomalía que disparó las alarmas. “Algo pasa”, decían todos. Encendí la tele. Y al cabo de nada, apareció la imagen de la cutre chimenea (urgente: se precisa diseñador para una nueva chimenea vaticana, interesados dirigirse a las autoridades pertinentes…) vomitando una fumata nívea que no dejaba lugar a dudas: ¡Ya teníamos Papa!

Era éste el culmen de casi cinco semanas de incertidumbre sobre el futuro de la iglesia católica, que se inició el día en que Benedicto XVI pensó  que ya estaba bien, que estaba hasta la punta de la mitra papal de intrigas y mandangas, y que era hora de disfrutar de una merecida jubilación protegida por ángeles y arcángeles, y monjitas que le hacen la cama y le cocinan y le preparan las mullidas tumbonas que, desde el porche de la residencia de Castelgandolfo, le permiten cada tarde observar el magnífico paisaje y meditar sobre el futuro del inmenso rebaño de ovejas descarriadas que hay por el mundo.

Han sido casi cinco de semanas de bombardeo informativo sistemático sobre el viejo Papa y sus motivos para renunciar, las intrigas de la curia romana y las apuestas acerca del futuro representante de Dios en la tierra. Miles de hojas en los periódicos, miles de horas en las radios y en las teles, millones de euros, de dólares, de yenes gastados ad infinitum en un tema que, a mi entender, no es tan crucial como nos quieren dar a entender. En el metro, en el mercado, en las reuniones de amigos, nadie hablaba del Papa ni de lo angustiados que estábamos por no tener pastor. La gente está angustiada por la crisis, por el paro, por los desahucios, por la pérdida de derechos conseguidos con el sudor y las lágrimas de muchos, por el atraco a mano armada que han cometido muchos de nuestros representantes políticos y los tiburones financieros, pero no por esta cuestión espiritual. ¿A qué viene, pues, este derroche de tiempo, esfuerzo y dinero en hacernos llegar, día tras día, en portadas y encabezamientos de informaciones periodísticas, seguidas de páginas y páginas de análisis, y horas y horas de entrevistas y debates, para escrutar lo que hacían un puñado de octogenarios ridículamente vestidos de monaguillos inocentes? ¿Es que nos van a salvar de nuestras penurias? ¿Nos van a devolver nuestro trabajo, nuestra casa, nuestra pensión, nuestra cobertura sanitaria? No. Y además, cuando les escuchas, sólo hablan de temas como el espíritu santo y la virgen María, la inmaculada concepción y cosas así, con las cuales no he tenido que convivir jamás ni forman parte de mi día a día. Denuncio aquí el dispendio realizado por radios y televisiones públicas, que han desplazado a Roma, durante días y días, equipos numerosos de periodistas y técnicos para cubrir el evento, lo cual ha supuesto un gasto astronómico a cargo del erario público: desplazamientos, hoteles, dietas, conexiones en directo…Que alguien rinda cuentas de lo que ha costado la movida, en un momento en que se están planteando despidos masivos en estos organismos públicos y recortes en salarios, prestaciones, etc. 

Y total, ¿para qué? Todos los periodistas, todos los entrevistados, los analistas, los vaticanistas, los expertos que han vomitado sus especulaciones, sus apuestas, sus intereses…se han equivocado. Jorge Mario Bergoglio no estaba en las quinielas. Chúpate esa. Nos hemos gastado un dineral en especular, en adivinar, en intuir, en cubrir, en entrevistar…y al final nos han dado con un cigüeñal de barco. Ha salido un Papa no europeo, pero que no es africano ni tampoco es el candidato de Brasil, ni el de Canadá, ni el filipino, como todos vaticinaban. No. Ha salido un argentino, jesuita, que sonó como opositor a Ratzinger en el cónclave de 2005, pero no en éste. Todos la han pifiado.

Viendo la tele, ayer, me reía. Esto del Vaticano es un gran show. En el tiempo de espera entre la fumata blanca y la salida del Papa electo, me regodeaba en las imágenes de los fieles de la plaza de San Pedro, entre los cuales había muchas monjas y sacerdotes que nos ofrecían cuadros pintorescos, saltando desmadrados, ejerciendo de fotógrafos atrevidos…Y luego apareció el protodiácono Jean-Louis Tauran, un muerto viviente que anunció urbi et orbi el nombre del elegido, en latín, para que la cosa fuera más difícil. Entonces salió Francisco, con cara de palo. Me pregunté seriamente si era la emoción lo que le contenía, o que realmente se preguntaba: “¿Qué hago yo aquí?” Aunque luego remontó la jugada estupendamente, con gestos afables y mundanos.

Dicen de este Papa argentino que se ha significado por su trabajo en los barrios marginales de Buenos Aires, que huye de la pompa y el boato, que se enfrentó por su falso populismo al matrimonio Kirschner, y que ha vivido, hasta ahora, en un modesto apartamento y viaja en metro y autobús. En muchos círculos, pues, es un progre. Pero dicen también que tuvo un papel oscuro durante la dictadura de Jorge Videla, y que se opone ferréamente a los derechos de los homosexuales y a reconsiderar el papel de las mujeres en la iglesia. No espero, pues, nada de este Papa. No puedo esperar nada, puesto que soy una atea ferviente y no creo en la labor pastoral de la iglesia, aunque reconozco que algunos de sus miembros más humildes realizan una gran  tarea con los más necesitados. He escuchado hoy con emoción, por ejemplo, las palabras de Pere Casaldáliga. Pero, si acaso existiera el Altísimo, sólo le rogaría una cosa: que guarde por muchos años la salud de Francisco, porque un nuevo parto de dinosaurio como éste, y la consciencia de los miles de millones que ha costado, no lo podría soportar, otra vez, en un breve lapsus de tiempo.