A veces
tengo días así, de evocación. Evocación de unos días perdidos hace muchísimos
años. Recuerdo lo que sentí entonces, y el recuerdo me transporta a un tiempo
que yo creía más feliz, aunque ahora estoy convencida de que no lo fue. Hoy,
por ejemplo, me he acordado de unas tiras cómicas de Schulz, las de “Snoopy”,
que mi madre coleccionaba y leía con fruición durante los años más oscuros.
Esas tiras eran alimento nutritivo en un mundo gris y sin apenas diversión. ¡Qué
gran genio, Schulz! Supo combinar maravillosamente la ternura, la inteligencia
y el escepticismo de un perro con la ternura, la inteligencia y el escepticismo
de unos niños devastados, ocasionalmente, por la amargura y por la depresión,
pero que tenían también días luminosos en los que brillaba la promesa de un
mundo mejor.
Me alegro
muchísimo de que Schutz no haya vivido su apogeo en la época de Facebook. Ya
en sus tiempos gloriosos el perrito que él creó fue trivializado hasta la
saciedad. Snoopy estaba en todas partes, convertido en marca de no sé qué. Yo
misma parí a mi primer hijo ataviada con una camiseta de Snoopy. No quiero ni
imaginar lo que hubiera sido de él, hoy en día. Snoopy era tan antisistema que
no dudo de que, en los tiempos que corren, habría sido anti Facebook.
Aquellos
cuadernitos rectangulares de color amarillo, verde, violeta, alineados en la
estantería de la habitación de mi madre, eran un refugio. Yo era pequeña, ni
siquiera adolescente, pero me reía con ganas al hojearlos, después de ver a mi
madre reír. Y que mi madre riera no era poca cosa, creedme. Mi madre, una
persona depresiva y difícil, aunque buena, era muy inteligente y poseía un
agudo sentido del humor. Le gustaban mucho las tiras de Snoopy. Creo que se
editaban por fascículos, aunque no lo he comprobado. O sea que, en mi memoria,
Snoopy proporcionaba periódicamente unas risas a mi madre melancólica. Y eso le
ha convertido en mi aliado sempiterno, aunque hoy, al evocarlo a raíz de una
viñeta colgada en Facebook, me he sentido culpable de no revisitar su enorme
sabiduría desde hace mucho tiempo, cosa que me propongo corregir de inmediato.
Porque entrar en Snoopy , por aquel entonces, era asomarse a una ventana
crítica, humorística y saludable. Te asomabas a aquella ventana y respirabas
hondamente, para poder continuar con el quehacer del día, un día que a menudo
era plomizo como el anterior, y como el anterior del anterior.
El humor es
imprescindible. Lo que nos daba Schulz nos lo da, hoy, otro puñado de grandes
humoristas que cada día nos asalta con su mordacidad para hacernos caer en la
cuenta de que la realidad tiene una dimensión que a veces se nos escapa. La gran
virtud de estos genios es que nos retratan un mundo amargo y cada vez más
injusto, pero lo hacen provocándonos una sonrisa y, sobretodo, una conciencia
crítica que, con un poco de suerte, nos hará actuar.