Me llegó el
rumor de que Correos está quitando los buzones de las calles. Los arrancan del
asfalto y se los llevan a un almacén. Los buzones, al parecer, ya casi no se
utilizan, porque la parroquia se ha lanzado de cabeza al correo electrónico, a
los mensajes a través de Facebook y al whatsapp. Y un buzón no es sólo un
elemento que está ahí sin hacer nada, sino que necesita un mantenimiento, un
cariño, una atención personalizada, como mínimo una vez al día. Para los
empleados de Coreos encargados de la recogida postal, el buzón es como una
novia a la que no puedes desatender. Debes visitarla a diario, abrirle las
entrañas y descubrir que, efectivamente, la belleza está en el interior. Años
ha, la belleza consistía en centenares, sino miles, de cartas y postales pintorescas que transmitían
mensajes de amor y de odio, de simpatía o de antipatía, de recuerdo, de
nostalgia, de puesta al día de los asuntos propios para amigos y conocidos.
Ahora, un empleado abre la trampilla y en el saco sólo encuentra un puñado de
sobres que, a simple vista, no tienen demasiado interés. Y como el servicio de
Correos es deficitario, como muchos de los servicios del estado, y tiene que
aplicar sus recortes, pues se ha decidido que muchos de los buzones ya no
tienen razón de ser, porque el hecho de mantenerlos en funcionamiento resulta
demasiado caro.
La Sociedad Estatal de Correos y Telégrafos dispone de 30.200 buzones repartidos por todo el territorio español. En
Barcelona hay 600, de los cuales se van a eliminar 120. Según un portavoz, no
todos estos 120 van a desaparecer completamente; algunos de ellos sólo sufrirán
un traslado y se colocarán en puntos estratégicamente mejor situados, para
optimizar resultados. Los que están muy cerca de alguna de las 41 oficinas de
Correos que hay en la ciudad sí que desaparecerán, porque se entiende que estas
oficinas ya cumplen con la finalidad de depósito de misivas. Económicamente
hablando, todo ello tiene su lógica.
Pero en la vida no todo es economía, aunque en estos tiempos convulsos no se hable de nada
más. Está la cuestión sentimental de la desaparición de los buzones. Para la
gente de una cierta edad, el buzón siempre fue un objeto amigo que, si la cosa
sigue así, pronto pasará a formar parte de nuestra arqueología urbana, como
bien apuntaba mi amiga Victoria. Y además, algunos de los buzones desaparecidos
y emplazados en otros lugares ya no son los mismos sino que han sido substituidos
por un modelo de plástico amarillo que, amargamente, nos recuerda a los
contenedores de reciclaje de residuos que ahora están en boca de todos gracias
a una infame campaña de publicidad.
Pero, como
decía, seguramente todo responde a una lógica. Quizás el correo postal ya no
sea más que un residuo. Un fenómeno residual de cuando la gente se relacionaba
sin tanta prisa, sin tanta inmediatez. De cuando los amantes se carteaban y
plasmaban sus sentimientos, sus anhelos y desdichas en una hoja de papel que
tardaba unos cuantos días en llegar a su destino, y unos cuantos días más en
ser respondida. Muchas veces, al depositar la carta en el buzón más cercano,
besabas la misiva con el anhelo de que el beso llegara lo antes posible a su
destinatario, antes de introducirla en una de las dos ranuras posible
(Barcelona-Capital o Provincias-Extranjero). Y luego te disponías a esperar una
respuesta “a vuelta de correo”, es decir, esperabas que tu amigo, o tu amante,
o quien fuera, al leer la carta o la postal respondiera inmediatamente y
corriera lo antes posible a facturarla en su buzón más próximo. Cuántas cartas
de amor y de amistad se han sumergido a lo largo de las décadas en los 30.200
buzones que hemos tenido a mano en las más diversas circunstancias. Cuántas
misivas secretas, cuántas promesas incumplidas, cuántos buenos y malos deseos.
Ahora ya no
es así. No hay demora, todo es instantáneo. Los deseos, los compromisos, las
rupturas, se comunican de forma inmediata a través de un click. No puedes besar
un email. Lo lees y lo archivas, y algunas veces, incluso, se te borra del
ordenador. La mayoría de los ciudadanos no se percatarán de que un par de
operarios están, ese día, arrancando un buzón del asfalto para trasladarlo a un
almacén, porque hace mucho tiempo que no lo utilizan, si es que lo han hecho
alguna vez.