viernes, 22 de junio de 2012

GAYUMBOS


La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida. ¡Ay, Rubén, cuánta razón tenías! Cada día más y más sorpresas te da, la vida. La mayoría de las sorpresas (hoy en día, en nuestro país y en nuestras circunstancias) son horrorosas: los ladrones supercalifragilisticoespialidosos se van a su casa de rositas, forrados en oro y platino, mientras la señora Rosa, leridana, que esta mañana ha hecho enrojecer a un responsable del Institut Català de la Salut porque a sus 80 años y cobrando una pensión del S.O.V.I, y con un marido ciego de 82 años con 45 de cotización a la Seguridad Social a sus espaldas, a partir de mañana tendrá dificultades para pagar sus medicamentos a causa de la tasa de 1 euro por fármaco instaurada por el gobierno catalán, que se agravará la semana que viene por el recargo de copago decretado por el gobierno español. Olé tú, olé vosotros, ambos dos gobiernos. Lo del enrojecimiento, naturalmente, es cosecha propia puesto que la entrevista se ha llevado a cabo en un programa radiofónico –“El món a RAC1”, sobre las 11 de la mañana-, pero no tengo ninguna duda de que se ha producido, junto con cierto balbuceo y, seguramente, un grado moderado de sudoración. Es lo que tienen los sueldos públicos: de vez en cuando, aunque no muy a menudo ( por suerte para los cargos que los cobran), hay que salir al ruedo y torear a los que los pagan con sus impuestos, con el consiguiente peligro de sufrir una “corná”. Yo confieso que me he quedado descolocada escuchando la entrevista, por la brutalidad de lo que revelaba.

Nos estamos quedando en gayumbos. La Real Academia Española acaba de aceptar este término, sinónimo coloquial de “calzoncillos”, en la vigésima tercera edición de su diccionario, que saldrá en septiembre. El Estado nos ha ido despojando, en los últimos años, de todos los ropajes que nos protegían de las inclemencias del tiempo. Y hemos llegado a la situación en que estamos: en calzoncillos. El siguiente paso es el desabrigo total, es que todos nosotros nos veamos obligados a enseñar nuestra desnudez completa, algunos con más rubor que otros. Sin duda ninguna, la aceptación del término “gayumbos” por parte de la Real Academia Española ha sido de lo más oportuna. Viene a poner las cosas en su sitio. Estamos en gayumbos y vamos a ir a peor. Cuanto más coloquialmente lo digamos, mejor. Aunque normalmente me parece que la RAE siempre va a remolque de la sociedad parlante, en este caso creo que debemos admirar su capacidad de reacción. Seguramente se debe a que la gravedad de la situación lo requiere, ¿no?

martes, 19 de junio de 2012

HIPERCOR


Hoy hace 25 años del atentado de Hipercor. ETA puso una bomba en el párking de un supermercado de Barcelona y mató a 21 personas, la mayoría mujeres y niños. Fue muy bestia.

Yo trabajaba entonces en los servicios informativos de TV3, como reportera. Pero ese día no trabajaba. Estaba enamorada, y aquel viernes emprendía un
romántico viaje en coche, con mi pareja, a Italia. Recuerdo haber escuchado la noticia del atentado en la radio, el impacto que produjo, enchufarme a la tele para ver las primeras imágenes, cargar el coche, enfilar la Meridiana para salir de la ciudad, como hacíamos todos antes de la Barcelona olímpica que nos trajo las rondas...Me iba de vacaciones pero sabía que lo que había pasado era muy gordo.

A la vuelta, 10 días después, lo de Hipercor todavía coleaba. Informativamente hablando, quiero decir. Me incorporé a mi trabajo y, en alguno de los noticiarios, todavía se reseñaba el estado de los heridos (45 personas. Personas: hombres, mujeres y niños con gravísimas heridas, amputaciones y quemaduras sobretodo). Pero enseguida se acabó. Se dejó de hablar de ellos y del atentado, así, sin más. ETA perdió de golpe todo el apoyo que, recordémoslo, había tenido en algunos ámbitos de la sociedad catalana. Diversos partidos minoritarios habían pedido el voto para Herri Batasuna en elecciones cercanas en el tiempo al momento del atentado. Pero ahí se acabó la aventura y la connivencia, lógicamente.

Durante años no se habló de Hipercor. Pero un día me tocó ir a entervistar a Roberto Manrique, que en aquel momento presidía la asociación de víctimas del terrorismo en Catalunya. Me pareció un hombre profundamente herido que no sabía bien bien qué camino tomar, porque algunos buitres políticos ya acechaban para apropiarse de su desgracia. De la suya y de la de las otras víctimas.

Nunca
más supe de Manrique, pero le recordé el día que entrevisté al padre de Ana Cristina Porras, la niña que perdió el pie en el atentado a la casa cuartel de Vic (29 de Mayo de 1991). La foto de Ana Cristina en brazos de un guardia civil ensangrentado dio la vuelta al mundo. Cuando entrevisté al padre habían transcurrido unos pocos años desde el atentado, y me contó la soledad inmensa en la que él y su familia se encontraban. Su hija, la niña coja, todavía tenía que afrontar muchas dificultades para acceder a una prótesis que la ayudara a caminar. Ningún político de la ciudad, ni del gobierno, se interesaba por ellos. Estaban a punto de marcharse de Vic para irse a vivir a una ciudad andaluza. La pena que me dio no la puedo describir. Me pareció un hombre bueno que intentaba acariciar con su mirada a su hija, la niña coja, que nos observaba sentada en el sofá del comedor.

Y ahora, en estos días convulsos, leo que Manrique se ha entrevistado en la cárcel alavesa de Zaballa con uno de los ideólogos del atentado de Hipercor, Rafael Caride Simón, condenado a 790 años de prisión por aquel atentado. Manrique no le ha estrechado la mano a Caride, pero ha acudido al encuentro y dice apoyar la vía de la reconciliación. 25 años después del atentado, este hombre ha hecho su recorrido y habla del perdón, de los pasos políticos, penitenciarios y legislativos que se darán y que dolerán a las víctimas pero que son necesarios, y de que hoy no ha querido estar en Barcelona durante los actos de recuerdo del atentado para no encontrarse con las mismas personas que le dijeron hace unos meses que cerraban la oficina de la Generalitat de atención a las víctimas porque no era una prioridad. Manrique tiene su tela. Vivió su calvario y, tras muchos años, renunció a representar a las víctimas porque se dio cuenta, a tiempo, de que intereses partidistas querían politizar y capitalizar su dolor. Mi recuerdo, hoy, 25 años después de un suceso trágico que marcó nuestras vidas aunque hoy apenas signifique nada, es para él, para el padre de Ana Cristina y para muchos otros que vivieron en carne propia las pérdidas más irreparables y la indiferencia de la sociedad que les rodeaba, la nuestra, que no supo estar a su lado.




jueves, 7 de junio de 2012

RAY


RAY

Ayer murió Ray Bradbury. Leí la noticia en un medio digital y me impactó. Leí la noticia y en cuestión de segundos puse el link en mi facebook. Leí la noticia y en un breve suspiro se agolparon las ideas y los sentimientos. Leí la noticia y retrocedí, en un instante, a un tiempo remoto en que yo no era más que una niña bonita que luchaba por destacar, por reafirmar mi personalidad, por salir de un entorno que seguramente no me gustaba demasiado. Era lista y estudiaba mucho. Fui muy buena alumna en la escuela, y me esforcé en serlo en la universidad a pesar de un par de tumbos que, vistos en perspectiva, creo que me hicieron más bien que mal. La cuestión era experimentar, experimentar, experimentar. Estudiaba, aprendía, memorizaba, salía con los amigos y lo pasaba bien...pero luego me retiraba a un refugio seguro: los libros. Me gustaba leer y leía de todo, sin orden ni criterio. Tuve la suerte de crecer en un hogar donde había muchos libros: mi tía, que fue mi madre principal, leía bastante y la biblioteca estaba bien surtida. Y no había censura: a principios de los setenta, en plena dictadura y siendo casi impúber, leí “El amante de Lady Chatterley”, de D.H. Lawrence, que me fascinó y me descubrió un mundo, el del sexo, que me cautivó para siempre. Yo debía tener 11, 12 años. Mis tios veían que yo estaba leyendo aquel libro, aunque yo hacía todo lo posible por ocultarlo (sin ningún éxito). Para mis adentros, yo pensaba: “Pero bueno, ¿cómo es posible que me dejen leer esto?” Las andanzas de la lady y el jardinero me catapultaban, cada vez que abría el libro, a un terreno de lo más sensual, un terreno que las niñas de mi edad no debían pisar ni por asomo.

Pocos años después mi entorno existencial cambió bastante. De un confortable hogar burgués presidido por mis tios pasé a un piso tutelado por una mujer desconcertante, mi madre, que vivía al tuntún porque tenía bastantes problemas para llevar una vida ordenada. Mi madre fue siempre una mujer sola que lo tuvo crudo para salir adelante. Aunque hubo factores a su favor: era guapísima, y muy inteligente. Y le gustaba leer. Leía sin descanso, compraba libros sin parar y, los domingos, escuchaba música clásica en el tocadiscos. El caso es que, iniciada la adolescencia, fui a vivir con mi madre. Y ahí concidí con mi hermano (que hasta entonces también había vivido con otros tios maternos).

Mi hermano era, para mí, un ser totalmente desconocido. No nos teníamos ninguna simpatía especial. Nos habíamos criado distantes el uno del otro. Y de repente nos hallábamos conviviendo en el mismo piso. A mí me gustaba leer. A mi madre le gustaba leer. Y a mi hermano también. Y resultó que en las estanterías de su pequeña habitación había un par de libros de Ray Bradbury. De vez en cuando, yo tomaba prestado algún volumen. Sin permiso, y sin que quedara constancia. Y uno de aquellos libros que tomé prestados fue “Fahrenheit 451”, de Ray Bradbury. A mí no me gustaba la ciencia ficción. Ni me gustaba entonces, ni me gusta ahora. Gerardo tenía todos los libros de Ray Bradbury, y también los de Isaac Asimov. Yo sólo leí “Fahrenheit 451”. Y flipé. Me pareció brutal la descripción que el autor hacía de aquella sociedad dictatorial cuyos miembros represores se dedicaban a la quema de libros. Se hablaba de los libros como objetos cuyo potencial era tan poderoso que podría sublevar a los esclavos. Seguramente me cautivó la noción de que un libro era capaz de hacerte libre, de que las ideas propagadas por los libros eran capaces de liberarte de un entorno opresivo a nivel social, familiar, político...Y aquello era exactamente lo que yo experimentaba. Los libros eran mi vía de escape a toda una serie de circunstancias que no me gustaban. Y la idea de que alguien, legalmente, estuviera capacitado para truncar aquel éxodo, me horripiló.

Hoy nuestra sociedad es mucho más compleja. Los mecanismos para abortar abruptamente nuestras vías de escape son más sofisticados. También nos es más difícil luchar contra ellos. Pero, llamadme tonta, sigo creyendo en que la circulación libre de las ideas seguirá siendo un método de combate potente. Ray estaba en contra de los ordenadores, de las redes sociales...Peró ahí es donde circulan las ideas hoy en día.

RAY & ROU

Ayer murió Ray Bradbury. Leí la noticia en un medio digital y me impactó. Leí la noticia y en cuestión de segundos puse el link en mi facebook. Leí la noticia y en un breve suspiro se agolparon las ideas y los sentimientos. Leí la noticia y retrocedí, en un instante, a un tiempo remoto en que yo no era más que una niña bonita que luchaba por destacar, por reafirmar mi personalidad, por salir de un entorno que seguramente no me gustaba demasiado. Era lista y estudiaba mucho: fui muy buena alumna en la escuela, y me esforcé en serlo en la universidad a pesar de un par de tumbos que, vistos en perspectiva, creo que me hicieron más bien que mal. La cuestión era experimentar, experimentar, experimentar.