lunes, 21 de noviembre de 2011

EL MOMENTAZO


Quin moment! Jo l'anomeno el "momentazo": és aquell segon en què, a la fi del partit, ese hombre, ese macho primitivo, neandertal, el greñas cachas...es treu la samarreta suada i deixa que tot el món mundial contempli el seu tors nu. A mi em treu l'alè i, després de reflexionar-hi molt, he arribat a la conclusió que aquest gest sublim i tot el que l'envolta és una de les raons per les quals, de vegades, m'estimi més quedar-me a casa i veure el partit a la tele, que no pas anar al camp. I és que, a la tele, els realitzadors semblen estar d'acord amb mi i, invariablement, enfoquen el capità sortit de la caverna en el moment precís en que es despulla i ens ofereix el meravellós espectacle dels seus músculs inflant-se aquí i allà, segons el moviment que fa. Que si ara el pectoral dret, que si ara l'esquerre, que si el bíceps descomunal, que si el tríceps equilibrat...i oh! què dir-ne, dels abdominals? Doncs que no són d'eixe món. Mare meva, quin bé de Déu! La llàstima és que duri tan poc; sovint, no més de 10 segons, i això és una gran injustícia. Des d'aquesta humil tribuna, faig una petició a les cadenes televisives: si us plau, allargueu una miqueta més aquesta estupenda agonia (i en dic agonia perquè, sense excepció, ens condueix a la fosa en negre de la pantalla), i feu-ne repeticions com les de les jugades de gol, però, sobretot, incloiu-ne algunes en càmera lenta, que ens permetrien apreciar en tot l'esplendor la bellesa de la seqüència: ara saludo el capità de l'equip rival, ara alguns jugadors, els àrbitres...però ja m'agafa la coïssor i no puc estar-me'n...la mà dreta se'n va cap a l'extrem esquerre de la samarreta, l'agafa, i comença a estirar-la cap amunt, cap amunt, i aixeca així, a poc a poc, i amb l'ajuda de la mà esquerra, el teló que deixarà a la vista de tothom el meravellós escenari: les xocolatines de l'abdòmen, a tort i a dret; els pectorals poderosos, que amaguen un cor furiós i orgullós; el coll omnipotent, com el dels cavalls, i els braços...què dir-ne, d'aquests braços? No puc dir-ne gaire res; només, contempleu-los. I gaudiu-ne. I somnieu-los.

De veritat, cadenes televisives, féu-me cas: repetiu efusivament, i a càmera lenta, l'striptease del capità de totes les capitanies. Seria un mètode seguríssim de multiplicar per cent, per mil, per centenars de mil.lers, l'audiència. Els gais, les nenes, les joves, les mares i les àvies, us ho agraïrien. No en dubteu. Fins i tot, i passant a l'escenari mercantilista, podria ser que el "momentazo" esdevingués un espai patrocinat. Aquí ja no m'hi fico, perquè no hi entenc.

viernes, 11 de noviembre de 2011

APAGÓN


Mi mejor amigo, estos días, no es mi perra. Ella lo nota, y está un poco ofendida, pero sabe que este nuevo compañero no es más que una distracción pasajera, que no durará. Sabe que compenso su fidelidad con la mía, pero que, de vez en cuando, es necesario echar una canita al aire. Es así de inteligente. Porque mi mejor amigo, estos días, es el botón que silencia el altavoz de la tele. Ese botón pequeñito que, en algunos mandos a distancia, es incluso difícil de encontrar. Pero es básico. Yo estoy tan tranquilamente en casa, a mi bola, haciendo mis cosas, y a la hora de los informativos suelo tener la tele en marcha para, más o menos, mantenerme informada acerca de la actualidad televisiva (que no es la actualidad real, pero ese es otro tema...). Y resulta que estamos en campaña electoral y que, por cojones o por ovarios, nos endilgan esos infumables bloques electorales que los partidos políticos pretenden colarnos como información. Hablo desde la deformación profesional, lo sé (trabajé 20 años en los servicios informativos de una televisión pública), pero precisamente por eso creo saber muy bien lo que digo. Y, como sé que los periodistas hemos perdido la batalla de la información durante las campañas electorales, sólo me queda un recurso: silenciar su propaganda todo lo que me sea posible. Así, a la que cualquier candidato asoma su nariz en la pantalla, sea cual sea su ideología, apreto el botoncito dichoso. No saben qué placer supone ese gesto insignificante. Es mi manera de indignarme. Les niego la voz que falsamente se atribuyen. Soy todopoderosa porque no les dejo que me engañen. Y no se imaginan lo ridículos que se ven, muditos, gesticulando en la pantalla. Los reduzco a la condición de marionetas, que es lo que realmente son. Yo continúo haciendo mi tortilla de patata y, de reojo, les veo allí, con sus espots y sus mítines, pero no escucho nada, y me río. Me carcajeo, la verdad. Parecen tontos muy tontos. Es una venganza estupenda contra su prepotencia.

Hago lo mismo al escuchar la radio, o al leer los periódicos. Llego a la sección "campaña electoral", y ¡zas!, paso las páginas en bloque. Asimismo, el lunes pasado, me negué rotundamente a seguir el descafeinado/roñoso/fraudulento debate cara a cara de los principales candidatos a la presidencia del gobierno. Ya alucinaba los días previos al ver la cobertura, o sea publicidad, que se daba al evento; nos lo vendían como si fuera el mayor acontecimiento del mundo mundial, cuando en realidad era lo que fue: una mierda pinchada en un palo, y una estafa en toda regla a la ciudadanía, al periodismo, y a la mal entendida democracia. Qué a gusto me quedé, yo, mirando un banal programa de parodias deportivas, y una entretenida entrevista con una antigua gloria del fútbol.

Reivindico, pues, este derecho a la pataleta: tómenle cariño al botón silenciador. Descubrirán que su vida no es mejor ni peor por acallar a los propagandistas. Será lo que es, con sus grandezas y sus miserias. Yo ya sé lo que quiero que me dé un gobernante, un político. Juzgo a cada uno según su actuación durante la legislatura; sé lo que piensan, sé lo que dicen, y sé lo que hacen, es decir, sé lo que votan en cada momento. Esa es mi responsabilidad: saber lo que hace cada uno, si es consecuente, o no, con lo que predica, o lo que vende. Me lleva mucho más tiempo esa tarea que apretar el dichoso botoncito durante la campaña electoral. Y no perdono. No soy una ciudadana irresponsable que no quiere que la molesten con anuncios electorales. Sé muy bien lo que ha hecho cada uno, y juzgo según mis intereses. Nada más.

Mi perra, acurrucada en su rincón, sabe que, momentáneamente, la estoy traicionando. Me ve saltar a por el mando en cuanto empieza el bloque electoral de los informativos, me ve acariciar con deleite el botoncito silenciador y reírme al ver a las marionetas haciendo su teatro durante largos minutos. El botón, estos días, es mi amante, y ella lo sabe. Me proporciona el inmenso placer de hacerles saber a los políticos que mi poder está por encima del suyo. Con un simple botón me cargo a todos sus asesores y estrategas. Horas y horas de planificación se van al garete.

Querida perra mia: esto sólo durará unos días más. Después volveremos a la rutina de siempre, en la cual reinarás tú.